Europa: Del euroescepticismo a la eurotristeza
Bruselas sufre otra derrota en la batalla de la opinión pública contraria a la UE tras triunfar el 'no' en el referéndum holandés sobre el pacto con Ucrania.
Triste. Quizá también esté enfadado, decepcionado, preocupado... Pero el adjetivo que utilizó la Comisión Europa para calificar el estado de ánimo de su jefe fue «triste». No es casual. En Bruselas, nada lo es. La pregunta era obvia. ¿Cómo se siente Jean-Claude Juncker después de ganar el 'no' en el referéndum de Holanda sobre el acuerdo de libre asociación con Ucrania? «Triste», recalcó el jueves su portavoz, Margaritis Schinas. Un detalle. La respuesta la contestó en inglés, pero triste lo dijo en francés, cuya marcada erre da a la frase una mayor carga simbólica que un frío 'sad' anglosajón. Del euroescepticismo a la eurotristeza. Es el nuevo sentir de una Europa que, como viene advirtiendo Juncker, «no pasa por su mejor momento». A la crisis económica se ha unido la de los refugiados y monedas al aire como el órdago británico, que según varias encuestas tiene un pie fuera de la UE (el referéndum sobre el 'Brexit' será el 23 de junio).
Bruselas y Londres insisten en recalcar que lo ocurrido en los Países Bajos -ojo, país fundador de la UE y que ya en 2005 tumbó junto a Francia el proyecto de Constitución europea- nada tiene que ver con lo que pueda pasar el 23-J, pero las comparaciones son inevitables. Lo son desde el mismo momento en el que los partidarios del 'no' hicieron una campaña basada en el euroescepticismo. Ucrania era la excusa, Bruselas el gran objetivo a batir. Y lo lograron con dos terceras partes de los votos. «Gracias. Parece que el pueblo holandés ha dicho no a la élite europea. Es el principio del fin de la UE tal y como la conocemos», se felicitó Geert Wilders, líder del islamófobo y antieuropeo Partido por la Libertad (VVD). «¡Hurra!», proclamó el líder del UKIP británico, Nigel Farage.
El problema no es Ucrania. Al final, se buscará un 'europarche' para ayudar al Gobierno holandés a encajarse legalmente en el acuerdo ratificado por los otros 27 socios. El problema, muy grave, es de fondo. Bruselas ha vuelto a demostrar que está perdiendo la batalla de la opinión pública frente a los radicalismos, los populismo y sus argumentos simplistas pero efectivos. En Holanda, por ejemplo, nadie hizo campaña a favor del 'sí'. Se buscó que no se alcanzase el 30% mínimo de participación exigido, pero al final se superó por los pelos. La consulta no es vinculante, pero el primer ministro, Mark Rutte, ya ha dicho que deberá buscarse una que contente a todas las partes (el acuerdo con Ucrania ya estaba ratificado por el Parlamento).
Juncker advirtió en enero de que el 'no' podría suponer «una crisis continental». Ahora, sin embargo, la Comisión ha rebajado el drama hasta reducirlo a un «asunto interno que afecta a Holanda». Este nuevo varapalo a la UE ha dejado varias carencias al descubierto, como es el hecho de que tres millones de holandeses, a través de una consulta convocada con el único aval de 300.000 firmas, puede condicionar las decisiones de 500 millones de europeos.
«El problema es que los populistas quienes quieren destruir todo, hacen mucho ruido y, en cambio, al ciudadano de a pie normal le cuesta movilizarse. Por ejemplo, ¿usted, su familia, sus amigos, hubiesen ido a votar si en España se convoca un referéndum sobre el acuerdo con Ucrania, sobre un texto de 2.000 páginas?», explica un veterano diplomático. «En cambio -aclara-, si estás en paro y te dicen que el objetivo no es Ucrania sino acabar con esa malvada UE que te ha quitado el trabajo, ¿votarías? Éste es el gran problema y la gran fuerza del populismo, que quiere dar respuestas simples a problemas de enorme envergadura».
La crisis de refugiados, clave
Y ahora ha pasado en Holanda, pero es que en Francia está Marine Le Pen y en Alemania está creciendo como la espuma la AfD, el partido antiinmigración y antieuro. Por no hablar de los países del Este y ejemplos como el de Hungría o Polonia. El nacionalismo está viviendo una segunda juventud y la batalla no será fácil. Nunca lo ha sido desde que estalló la Gran Recesión en 2008 y no lo será durante la gestión de la crisis de los refugiados, que está dividiendo a la UE como pocos habían pensando.
«Si la política tradicional no soluciona los problemas de raíz que alimenta el descontento, los populistas seguirán ganando voz y votos», alerta Juliane Schmidt, investigadora principal del 'think tank' European Policy Centre (EPC), coautora del informe 'Los alborotadores de Europa'. «Los grandes partidos deben dejar de hacer burla, ignorar o imitar a los populistas. Deben encontrar nuevas fórmulas de conectar con los ciudadanos», explica.
«La UE debe evitar el aumento en las desigualdades. La precariedad y la pobreza son un caldo de cultivo para el nacionalismo y el antieuropeísmo. Por lo tanto, conseguir crecimiento y empleo debe ser la prioridad de Bruselas», asegura Miguel Otero, investigador principal de economía política internacional del Real Instituto Elcano. Aclara, no obstante, que es necesario diferenciar entre euroescépticos y eurocríticos, y que a partir de esta diferencia sólo un 20% del Parlamento Europeo que salió de las elecciones comunitarias de mayo de 2014 está a favor de acabar con la UE.
Europa salvó por los pelos el 'match ball' de Escocia, hizo campaña en el de Grecia sobre el tercer rescate y perdió, ha decidido no hacerla en el de Reino Unido y en el de Holanda, pese a advertir de que podría provocarse una crisis continental, salió el 'no'. De ahí la eurotristeza de Juncker.