China: un 2016 en busca de la fórmula de la estabilidad

Pese a un comienzo de año algo agitado, las autoridades chinas se han empleado a fondo en 2016 en búsqueda[…]

Pese a un comienzo de año algo agitado, las autoridades chinas se han empleado a fondo en 2016 en búsqueda de la estabilidad económica y parecen haber encontrado la fórmula en una mezcla de fuerte gasto fiscal, crédito fácil y aplazamiento de reformas.

La segunda mayor economía mundial alineó su rendimiento a los objetivos del Gobierno a medida que avanzaba el ejercicio y, con un crecimiento del 6,7 % interanual en los tres primeros trimestres, termina el año presentándose globalmente como fuente de certidumbre frente a los interrogantes del "brexit" o de los EEUU de Donald Trump.

China sigue creciendo a tasas inferiores a las que acostumbraba -en 2007 llegó a registrar una expansión del 14,2 %-, pero se ha asentado la idea de que es la "nueva normalidad", el eufemismo oficial que define esta etapa económicamente menos boyante.

Mientras el país prosigue su desarrollo a un ritmo más moderado, el consumo doméstico continúa ganando peso como motor económico en detrimento de las exportaciones, dentro de la transición estructural que propugna el Gobierno del gigante asiático.

Sin embargo, las turbulencias de la segunda mitad del año pasado y principios de 2016 hicieron que Pekín reforzara su apuesta por la inversión pública, que quería abandonar en esa transformación estructural, para estabilizar su crecimiento.

Tampoco se acometieron este año reformas estructurales sonadas, por miedo a la inestabilidad, y los expertos anticipan que esa moratoria tácita durará hasta la próxima gran cita política del país, el XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) de otoño de 2017, que deparará cambios en la cúpula de poder.

"Antes del XIX Congreso del Partido Comunista no habrá más progresos en las reformas", vaticina a Efe Xu Zhaoyang, profesor de la Universidad de Economía y Negocios Internacionales (UIBE) de Pekín.

El año empezó con un nuevo capítulo de pánico en las bolsas chinas, tras la crisis que sufrieron en el verano de 2015, que estremeció a los mercados financieros internacionales.

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Además, persistieron las salidas de capitales que comenzaron a finales del año pasado, con especial agudeza entre enero y febrero, y motivaron la intervención del banco central chino para apuntalar el valor del yuan, que significó la pérdida de parte de su reserva de divisas, la mayor del mundo.

A lo largo del primer trimestre también se conoció la estrategia del Gobierno chino para reestructurar su industria pesada, centrada en sectores con problemas de sobrecapacidad como el carbón y el acero, y se aprobó un nuevo Plan Quinquenal, el decimotercero, para el periodo 2016-2020.

Este documento, que establece las líneas maestras de acción gubernamental, fijó como meta un crecimiento mínimo del 6,5 % anual con vistas a doblar en 2020 el producto interior bruto (PIB) y la renta per cápita que el país tenía en 2010.

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Con esos objetivos y una creciente lista de problemas, Pekín movió las viejas palancas que le permitieron sortear la crisis financiera internacional de 2008: adoptó un estímulo fiscal permanente y ordenó a los bancos que abrieran el grifo del crédito.

La explosión de préstamos de este año en China alimentó una burbuja inmobiliaria en las principales urbes, mientras ciudades más pequeñas tienen multitud de pisos sin vender, pero también encendió las alarmas de instituciones como el Fondo Monetario Internacional, que la consideró "insostenible".

El alto volumen de créditos, advierten los expertos, también está perpetuando e incluso agravando los riesgos de la deuda que arrastra China, especialmente las empresas de su industria pesada que van perdiendo rentabilidad.

Pero esas preocupaciones, muy presentes a principios de 2016, se diluyeron cuando el programa de gasto fiscal iniciado en la segunda mitad del año pasado empezó a equilibrar el crecimiento y a crear empleo -las ciudades chinas han generado más de diez millones de puestos de trabajo hasta septiembre-.

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"A través del Banco de Desarrollo Agrícola y el Banco de Desarrollo, se lanzó un plan de dos billones de yuanes -290.000 millones de dólares, 274.000 millones de euros- y estas políticas fiscales activas ayudaron mucho a la construcción de infraestructuras", explica Xu.

A juicio de este profesor, Pekín buscó remedios cortoplacistas para evitar que una ralentización económica acusada alterara los ánimos antes del Congreso del PCCh o amenazara los objetivos del Plan Quinquenal, obviando sus retos estructurales.

"El nivel de la recuperación económica no es muy alto y, además, son medidas a corto plazo. Todavía hay que ver cómo evoluciona a largo plazo", señala Xu.

Incluso con dudas sobre su salud económica y algunas tensiones comerciales, China concluye 2016 tratando de marcar distancias con sorpresas como el "brexit" y la elección de Trump en EEUU en foros internacionales, como la cumbre del G20 que organizó por primera vez, y de defender la estabilidad de su modelo económico.

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