Podemos se sume en la depresión
El nuevo partido se muestra incapaz de superar el golpe sufrido por no haber superado al PSOE como primera fuerza de la izquierda. Iglesias, de perfil en las negociaciones para formar gobierno, no ha presentado aún una sola iniciativa parlamentaria, en contraste con el 20-D
Podemos se muestra incapaz de superar la depresión en la que cayó en torno a las 22.00 horas de la noche electoral, justo cuando el recuento de los votos comenzó a desbaratar las expectativas que las encuestas habían brindado a la formación. Minutos después de aquel 26 de junio, la plana mayor de la coalición progresista compareció con evidentes signos de decepción. Mes y medio después, aún no han podido borrar esa expresión de sus caras.
La formación liderada por Pablo Iglesias lo apostó todo a la vía rápida del 'asalto a los cielos'. Y perdió. El principal problema es que no existía un plan B. Se trataba de ganar o ganar. Ahora, después de perder, a Podemos le toca repensarse y convertirse en un partido convencional, una transformación que Iglesias ha reconocido que «acojona» y que podría desembocar en una «hostia de proporciones bíblicas».
Mientras que nace ese nuevo Podemos de futuro incierto -en el que mantener la alianza con IU es una prioridad-, sus dirigentes deambulan como una sombra de sí mismos. La energía que desplegaron a lo largo de los dos últimos años ha sido sustituida por una sensación de fatiga extrema.
En su defensa los pesos pesados del partido alegan que con sus cinco millones de votos y sus 71 diputados, los mismos que obtuvieron cuando no concurrían con Izquierda Unida, no es a ellos a los que corresponde dar paso alguno para forjar una alternativa al Partido Popular. La responsabilidad, insisten, es del PSOE. Y a los socialistas no se cansan de recordarles que «los números dan», aunque para ello haya que contar con la colaboración de los independentistas catalanes. Lo que obvian en Podemos es que , pese a su intento fallido de superarlos, es la formación liderada por Pedro sánchez la que, con cinco diputados menos, ha salido más debilitada.
La diferencia entre la 'estrategia del avestruz' puesta en práctica por Podemos tras los últimos comicios y la del 20-D es abismal. Entonces, los diputados podemistas entraron a modo de torbellino en la Cámara baja. La actividad frenética se plasmó en una cascada de iniciativas, comparecencias continuas -solapándose unas con otras-y hasta una oferta de coalición a Pedro Sánchez con lista de ministros incluida hecha pública cuando el líder socialista aún estaba reunido con el Rey.
Ahora,nada de nada. Apenas algunas comparecencias en televisiones -el medio que mejor dominan- para repetir el mismo mensaje: «Es el PSOE el que debe mover ficha». Desde Podemos se justifica que cuando tomó la iniciativa la maniobra fue muy mal acogida por los socialistas. Por eso, se argumenta, ahora no se caerá en el mismo error con el fin de no deteriorar, aún más, sus relaciones con el PSOE. Aún así, Iglesias tuvo un destello de su antiguo 'yo' cuando, de espaldas a los de Sánchez, trató de negociar la presidencia del Congreso para Xavier Domènech en lugar del socialista Patxi López.
Por lo demás, solo Íñigo Errejón se ha desmarcado un mínimo del guion al afirmar que, en caso de que la investidura de Mariano Rajoy fracase, se abrirá un nuevo escenario en el que Podemos está dispuesto a ser muy flexible. Lo que haga falta, vino a decir este viernes, con tal de evitar un nuevo gobierno del PP.
Iglesias, el más alicaído
Una de las imágenes que mejor expresan el momento bajo de Podemos se vio en la comparecencia de Iglesias tras su última reunión con Felipe VI. Nada que ver con el ofrecimiento sorpresa de la coalición que tanto molestó a Sánchez.
El secretario general mantiene un perfil muy bajo. Hasta el punto que parece ser el que mes acusó el golpe del 26-J. Daba por descontado el 'sorpasso' al PSOE. Incluso, confesaba sentirse cerca del PP en número de votos. Creía firmemente en que la alianza con IU, que en diciembre denostó y de la que fue el principal valedor en junio, le auparía a la Presidencia del Gobierno o, como mínimo, al liderazgo de la oposición. No ocurrió y ahora evidencia serios problemas para superar su primer gran fracaso político.