Obama mantiene el capital de la esperanza

Nunca antes se le habían pedido a un presidente de los Estados Unidos unos resultados tan inmediatos. De los 43[…]

Nunca
antes se le habían pedido a un presidente de los Estados Unidos unos resultados
tan inmediatos. De los 43 mandatarios anteriores, ninguno había jurado el cargo
en una situación tan delicada desde el punto de vista económico: la primera
potencia del mundo ha descarrilado. Desde que Barack Obama entró en la Casa
Blanca, cada dato económico, cada escándalo financiero y cada caída bursátil,
parece que le devuelven al punto de partida, como si fuera Sísifo cansando de
empujar la piedra hasta la cima para luego verla caer, sin que ninguno de los
planes económicos surta efecto a corto plazo.

El hombre que quiere sacar a Estados
Unidos de la crisis económica y financiera en la que se encuentra, se está
jugando su rédito político a una sola carta, poniendo sobre la mesa las
propuestas con las que se ganó la confianza de los ciudadanos. De momento, el
capital político de Barack Obama sigue intacto. En una reciente encuesta
elaborada por el Washington Post y la cadena de televisión ABC, dos de cada tres estadounidenses aprueban
la gestión del presidente.

La apuesta de la actual Administración es
aumentar el gasto público en inversiones y servicios, con el objetivo de crear
empleo, estimular el consumo y sanear el sistema financiero. Las otras
economías que han optado por la misma política son China y Japón. La primera
con un Plan Fiscal de 450.000 millones de dólares cuyo fin es que el
crecimiento sea superior al 6% y la segunda con el tercer paquete de medidas,
este por valor de 154.000 millones de dólares, para evitar la peor recesión en
50 años.

La
hoja de ruta de Obama tiene previsto un gasto total de 1.750 millones de
dólares que supondrá el 12% del PIB.
Entre las
distintas partidas destacan los 780.000 millones destinados a la generación de
más tres millones de puestos de trabajo y otros 780.000 millones del refrito
del Plan de Rescate del sistema financiero heredado del anterior Gobierno. Este
último, a pesar de lo polémico, ha sido bendecido por los mercados con las
últimas subidas bursátiles y, más o
menos, aceptado por la opinión pública al destinarse 200.000 millones a aliviar
a las familias hipotecadas, a pesar de que es un nuevo aliño del primigenio
plan del anterior de Bush.

La implementación de las medidas han
sufrido duras críticas de los sectores más progresistas y de gente de peso
académico como los nóbeles Krugman y
Stiglitz,
sobre todo por el Plan Geithner. Pero, es que por el camino han
saltado más escándalos financieros, como los bonos que pretendían cobrar
algunas de las compañías rescatadas. En
algo tan hiriente para los ciudadanos, al final Obama se salió con la suya: en
la mayoría de los casos las primas fueron devueltas, y ha impuesto una
limitación de salario para las compañías caídas.

Decisiones, de momento, que le permiten
mantener el aval para tomar otras tan críticas como va a ser la de dejar caer a
las dos gigantes automovilísticos, General
Motors y Chrysler
, y demostrar un giro en la política norteamericana y no
sólo económica. Un ejemplo es la escotilla que ha abierto al diálogo con Irán
sobre su programa nuclear. Pero, también, lo evidencia la actitud que tomó
Obama para estrenarse en el G-20, con la mano tendida pidiendo ayuda al resto
de países, frente a la hostilidad como tarjeta de visita que presentaba el eje
franco-alemán para pedirle control en el gasto y mayor regulación del sistema
financiero americano.

Obama aprobó la revalida internacional.
El G-20 no presionó en ninguna de las pretensiones lideradas por Sarkozy; en
cambio, tiró de chequera para apoyar al FMI y desvió la atención de las fallas
financieras hacia los paraísos fiscales y los hedges funds. De la
cumbre salió como un líder pero necesitado de aliados,
manteniendo el
crédito político internacional.

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