¿Necesitan banqueros los bancos de inversión?

El día 23 de febrero, Richard Parsons será nombrado presidente de ese ángel caído llamado Citigroup. Jugador de baloncesto en[…]

El día 23 de febrero, Richard Parsons será nombrado presidente de ese ángel caído llamado
Citigroup. Jugador de baloncesto en
su etapa universitaria, desde diciembre de 2001 hasta diciembre de 2007 primer
ejecutivo de Time Warner y actual asesor
de Barack Obama
-como el nuevo presidente de Estados Unidos, es
afroamericano-, su mombramiento no es cualquier cosa.

Parsons, que ha trabajado al lado de Michael Bloomberg, Rudolph Giuliani o Elliot
Spitzer
y tiene un tupida red distribuida a lo largo y ancho de la alta
política estadounidense, va a llevar al que fuera el gran supermercado
financiero global sus dotes de gestor y de mediador en tiempos de crisis.

No es que Parsons no conozca el mundo
financiero, ni mucho menos. Trabajó en él en la década de los ochenta del siglo
pasado, aunque nunca en las cercanías de la gran banca de inversión. Y conviene
no olvidar que desembarca como presidente no ejecutivo, lo que significa que el
consejero delegado Vikram Pandit seguirá
llevando el día a día
. Pero Parsons va a ser mucho más que un relaciones
públicas de lujo del grupo; a este neoyorquino de Brooklyn le toca tutelar la
labor de un primer ejecutivo que ya no es ese hombre intocable de hace cuatro
meses.

Ahora, finiquitado el peor año de la historia de
Citi que ha sido 2008, Pandit es un
hombre bajo vigilancia.
En algunos sectores es acusado de no haber actuado
a tiempo o, lo que es lo mismo, de no haber metido la tijera a la mastodóntica
estructura del grupo desde el principio. Ahora, intervenido por el Gobierno
estadounidense -se ha convertido en el principal accionista- y tocado por la
marcha de uno de sus hombres de confianza, el director y ex secretario del
Tesoro Robert Rubin, Pandit está bajo los focos, obligado a cambiar rápido el
rumbo de un banco que ha renunciado -a la fuerza- a su modelo de negocio para
liberarse de los activos tóxicos que le han dejado al pie de los caballos.

Y en
estas llega Parsons, el controller de su amigo Obama en un icono como Citi al que
no puede permitirse el lujo de dejar caer,
con toda la
experiencia a cuestas de su paso por Time Warner, donde lidió con una crisis de
caballo que se parece mucho a la de Citi. ¿Por qué? Por el paralelismo de las
integraciones de Travelers Group y Citicorp -en 1998- por un lado- y la de Time
Warner y AOL por otro, por el desplome de las cotizaciones en bolsa -Time
Warner cayó desde los 76 dólares en 1999 hasta los 10 al cierre de 2008 y Citi
un 77% el año pasado y otro 50% sólo este mes de enero- y por el desprestigio
de la marca. De hecho Parsons cambió el nombre de AOL por el Time Warner cuando
asumió los plenos poderes en el grupo. ¿Sugerirá ahora una jugada parecida?

Con
300.000 empleados, una estructura obsoleta y por lo tanto con unas cuantas
divisiones en vía de extinción o de ajuste durísimo
,
vale más la mano de un gestor casi industrial capaz de hacer sudar a la
compañía que la de un fino banquero de negocios con poderes plenipotenciarios
en un momento en el que, por desgracia para el sector, se trata de sobrevivir y
no de innovar. Y si además su agenda es de cinco estrellas, mejor que mejor
porque sólo desde la negociación se apuede afrontar un desmantelamiento como el
que pende sobre la cabeza de Citi. Parece
evidente que lo que menos necesita en este momento Citi es un banquero.
Los
tiempos están cambiando y a los presidentes, ejecutivos o no, les toca algo más
que lucir su mejor sonrisa.

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