La bomba estalla en el corazón del problema

 Prepárense, los que todavía no lo estaban, para un viaje a las profundidades de una crisis de consecuencias impredecibles. Abróchense[…]

 Prepárense, los que todavía no lo estaban, para un viaje a las profundidades de una crisis de consecuencias impredecibles. Abróchense los cinturones porque las jornadas que nos esperan, empezando por la de hoy, es de las que ponen a prueba el corazón del más calmado, incluido el nuevo asceta Mario Conde, anterior profesional de banco en quiebra.

 Lo que tenemos encima de la mesa es un crash mundial de proporciones incalculables para los mercados financieros y, sobre todo, para la economía real, la que nos afecta a usted y a mi. El rechazo del Congreso al cheque en blanco que pedía George W. Bush, desnuda un problema generado y permitido por la propia administración de la Casa Blanca y que hasta hace dos días había convertido en héroes a esos banqueros de inversión que de un año para otro cobraban sueldos de más de 100 millones de dólares -Wall Street pagó 3.100 millones de dólares en retribuciones extras en los últimos cinco años- gracias al perverso sistema de apalancamiento mútliple.

A lo que los congresistas republicanos, los del propio partido de Bush y McCain, han dicho que no es a utilizar el dinero público para salvar la cara -u otra parte del cuerpo- a esos profesionales de los mercados que han cometido fechorías y que han llevado a varias entidades centenarias a registrar las mayores pérdidas de su historia o, directamente, a su quiebra.

Los 700.000 millones que pedía el hombre que ha llevado a la primera potencia económica a registrar un déficit salvaje para llevar la dictadura democrática a varios países de Oriente Medio -a unos si y a otros no- era un cheque en blanco para hacer desparecer activos llamados tóxicos o, para entendernos, que no valían nada. De esta forma, se limpiaba el balance de las entidades pésimamente gestionadas, se le ponían cimientos nuevos vía aportación de recursos propios y crash solucionado.

Pero no. Los representantes de un pueblo que creció gracias a los principios del libre mercado se han opuesto a una socialización de los mercados financieros, a un plan de rescate en el que no se pedían responsabilidades penales, como si ocurrió en los casos de Enron, del escándalo de las auditoras o de Michael Milken, el rey de los bonos basura.

Para pedirlas sería necesario que el carcelero no fuera un tal Paulson, el hombre fuerte hasta hace dos años de Goldman Sachs, el banco que se inventó el modelo del engaño masivo en la valoración de activos y que percibió 111 millones de dólares en tres años por su aportación a la causa. Curiosamente, fue la primera entidad que se salió de la bola de nieve y la que más indemne ha salido, de momento, de toda esta crisis.

Hoy, salvo que quiera acelerar su depresión, no se moleste en echar cuentas de cuánto pierde en bolsa. Pero preocúpese y de verdad por sus ahorros porque de la catástrofe que se nos avecina no está libre nadie, ni su banco ni su trabajo. Lo positivo, por abrir una puerta a la luz, es que de todo se sale. De los crash también.

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