Cuba y EE UU abren una era de respeto mutuo

Raúl Castro participó por primera vez en una conferencia en directo con preguntas incómodas

Cada paso que da Barack Obama en Cuba se escribe en la historia. Cayeron los carteles contra el imperialismo yanqui en el Malecón de La Habana y Raúl Castro participó por primera vez en una conferencia de prensa dentro de Cuba, retransmitida en directo por la televisión nacional, en la que se enfrentó a preguntas incómodas. Todo un hito en la isla y un espaldarazo para el proceso de apertura que ha emprendido el presidente Obama, sin que eso vaya a traer de la noche a la mañana la transformación que querrían ver algunos.

 «¿Presos políticos? Dame la lista y si los hay, antes de que llegue la noche los suelto», prometió el dirigente cubano, la primera vez que alguien le pregunta por ello en directo.

Su interlocutor lo tomó como una respuesta retórica. Nadie duda de que si esa lista aparece sobre su mesa, dispondrá de otras explicaciones, pero el simple hecho de que tuviera que enfrentarla abre la puerta a la libertad de expresión. La Casa Blanca no había prometido preguntas, pese a ser costumbre tras los encuentros con mandatarios extranjeros, pero logró arrancarle a Castro el compromiso de responder al menos una. Poco ducho con el formato, el octogenario gobernante luchó con los cascos y los utilizó como excusa para diferir lo inevitable. El propio Obama le animó diplomáticamente a responder a la última, hecha por «una de las periodistas más prestigiosas de EE UU», le instó, «pero usted mismo». Y aunque la corresponsal de NBC buscaba un análisis de Estado sobre el futuro del proceso comenzado, Castro ya no podía olvidar el desafío de los presos políticos que le había lanzado el periodista de CNN.

«Se la voy a hacer yo», dijo Castro cambiando las tornas: «Hay 61 derechos humanos y civiles. ¿Cuántos países cree que los cumplen todos? Ninguno. Unos cumplen unos, y otros cumplen otros. Cuba cumple 47. Habrá otros que cumplan más y muchos que cumplan menos».

El mandatario cubano aprovechó para poner la cara colorada a sus invitados al recordar los grandes borrones que Cuba ha superado en materias pendientes para EE UU, como el derecho a la salud. «¿Habrá alguno más sagrado, que mueran millones de niños por falta de una simple vacuna o cualquier medicina?». O el de la educación gratuita para todos. «En Cuba todos los niños nacen en hospitales y ese mismo día se les inscribe», explicó.

En pro del tono de mutuo respeto y entendimiento que se han prometido en este histórico encuentro, el presidente estadounidense dijo estar dispuesto a aceptar de buen grado las críticas «que nos ayudan a progresar» y le concedió «los enormes logros en salud y educación» que ha alcanzado el gobierno de la revolución que su país intentó derrotar.

Ambos prefirieron centrarse en los «muchos» progresos que se han realizado desde que hace menos de año y medio se comprometieran a reanudar relaciones diplomáticas, culminando con esta histórica visita que habrá hecho revolverse en su tumba a todos los presidentes estadounidenses que conspiraron para asesinar a Fidel Castro, desde Nixon a Reagan.

«Durante más de medio siglo la imagen de un presidente de EE UU en La Habana hubiera sido impensable», recordó Obama consciente de su papel en la historia, «pero este es un nuevo día entre nuestros dos países».

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Un amanecer en el que EE UU promete no intentar cambiar el rumbo de Cuba aunque siga hablando de derechos humanos y de medidas democráticas. «Tenemos que aprender el arte de convivir de forma civilizada con nuestras diferencias, que son muchas», apuntó Castro. «Eso implica respetar las diferencias y no hacer de ellas el centro de nuestras relaciones, sino promover vínculos que beneficien a ambos países y concentrarnos en lo que nos acerca, no en los que nos separa».

 Mucho en común

En las frases de Castro hacia el medioambiente y el bien del hemisferio se intuía que los dos estadistas comparten mucho más que la experiencia de criar hijas, de la que hablaron en corto mientras caminaban por los pasillos del Palacio de la Revolución, después de que Obama le hiciera una ofrenda floral a José Martí, el poeta y padre de la independencia de Cuba frente a España. «Libertad, libertades y autoderminación», firmó el mandatario del norte, en cuyas ciudades conspiró Martí en contra de la corona española.

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Martí era tan antiamericano como antiespañol, pero su pensamiento ha sobrevivido a todos y se ha convertido en un símbolo de aspiraciones democráticas que encaja igual en EE UU que en Venezuela. El héroe perfecto para unir a estos dos pueblos enconados tras medio siglo de Guerra Fría a la que ni el anacronismo había vencido, hasta que un presidente afroamericano y un papa argentino trazaron este diálogo que promete continuidad. «Coincidimos en que nos queda mucho camino por recorrer, pero lo importante es que hemos comenzado a dar pasos para tener una relación como no ha existido nunca entre EE UU y Cuba», dijo Castro. «Eso llevará tiempo».

Cuánto es algo que, según Obama, «dependerá en parte de lo rápido que podamos resolver nuestras diferencias en torno a los derechos humanos», reconoció por primera vez el presidente estadounidense, que hasta ahora ha caminado de puntillas sobre este tema. La Casa Blanca dice no querer cometer los mismos errores de sus antecesores al condicionar su ayuda al pueblo cubano a cambios políticos, pero tampoco puede permitirse ignorar ese estorbo. El embargo, prometió, caerá, sólo es cuestión de tiempo.

Obama no tiene previsto reunirse con Fidel Castro, el líder de la revolución en el que el exilio cubanoamericano de su país concentra todo el odio. Allí se reavivaron ayer las críticas a su visita tras verle descender del avión sin que ningún alto cargo del Gobierno cubano le recibiese. Castro ni siquiera mandó a su vicepresidente, sino al ministro de Asuntos Exteriores Bruno Rodríguez Padilla. El mensaje desafiante ardió en la hoguera electoral estadounidense, donde Donald Trump dijo indignado que «debería haberse dado la vuelta y volver a casa», pero el gesto parecía destinado al pueblo cubano, frente al cual no se quiere perder el orgullo revolucionario. Obama, sin embargo, no dudó en saltarse el protocolo para tomarse una foto con la silueta del 'Che' en la Plaza de la Revolución, donde otros miembros de su gobierno sacaron los teléfonos para llevarse el selfie de la historia.

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