Londres inicia su ofensiva antiinmigración

May reconoce que el 'brexit' obedeció a un profundo malestar por razones que van más allá de la propia Unión Europea

Theresa May achacó ayer la victoria del 'brexit' en el referéndum del pasado junio a que «millones de nuestros conciudadanos se pusieron en pie y dijeron que no están ya dispuestos a ser ignorados». Describió ese hartazgo como «un sentimiento profundo y a menudo justificado de que el mundo funciona hoy para unos cuantos privilegiados, pero no para ellos». «La Unión Europa era la representación de eso», dijo, pero «el voto se convirtió en algo más amplio».

En la enumeración de la primera ministra británica, ese malestar es suma de las dificultades para obtener una vivienda, del alto coste de la vida, de la congelación o reducción de los salarios, del empleo temporal e inseguro, de malas escuelas y fraude fiscal, de que «los ricos no son los que más se han sacrificado tras el colapso financiero, sino las familias de clase trabajadora», de que «alguien está parado o con bajo salario por la inmigración no cualificada».

Como ese cálculo sobre lo que está ocurriendo en Reino Unido coincide con los instintos de May, hija de un vicario anglicano cuyo eco póstumo se oye en su tono y vocabulario (abundan la compasión, la justicia, la ciudadanía, las estampas de la familia obrera o del joven caribeño necesitados de ayuda...), la nueva líder de los 'tories' prometió en el cierre de la conferencia del Partido Conservador celebrada en Birmingham «un país que funcione para todos».

Sus novedades son una activa política industrial y el fin de la prohibición de crear escuelas estatales selectivas según la capacidad de los alumnos, medida en exámenes a los 11 años, pero no están aún nítidamente definidas. Lo que emerge de Birmingham es el partido del 'brexit'. Para construir ese país cohesionado socialmente, Reino Unido será totalmente independiente. Lo que le permitirá abrirse a un mundo más amplio que la UE. Esas son las grandes ideas.

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Ayer, como el domingo, cuando anunció que antes de marzo notificará a Bruselas que ya está dispuesta a iniciar las negociaciones de la marcha, subrayó sus dos principios fundamentales: «No nos vamos a marchar y luego renunciar de nuevo al control de la inmigración o a regresar a la jurisdicción del Tribunal Europeo de Justicia». Puesto que el compás está bien marcado, los ministros añaden su fragmento a la melodía.

La de Agricultura quiere que los desempleados británicos de East Anglia o North Lincolnshire trabajen los campos de cultivo en lugar de los inmigrantes de Europa del Este. El de Sanidad promete que en diez años habrá reducido drásticamente el número de médicos extranjeros formando a indígenas. La de Interior restringirá visados a estudiantes y hará más difícil a corto plazo que los empresarios contraten a trabajadores que no son de la UE.

May ha sido criticada por fijar un plazo prematuro para el inicio de la negociación del 'brexit'. Ha dado ventaja a la UE, le reprochan. Sin una idea concreta de cómo entiende la futura relación comercial con la Unión, el Gobierno británico iniciará a fin de marzo la cuenta atrás de dos años y los negociadores de Bruselas sentirán la tentación de dejar que avance sin acuerdos sobre los términos de acceso al mercado común.

Iluminados

Por el momento, el Ejecutivo de May ha prometido que proyectos financiados por la UE serán analizados y los de interés estratégico recibirán de Londres esos fondos. May tiene que crear también nuevas políticas generales de agricultura, pesca o medioambiente. Debe atender a los intereses de industrias como la del automóvil con cadenas de producción integradas a escala europea, proteger el pasaporte europeo de su sector financiero.

«Escribir un nuevo futuro. Es la oportunidad que se nos ha dado... A todos os digo hoy, y a los millones que no están aquí, sean partidarios de la marcha o de la permanencia: ¡Venid conmigo y escribiremos ese futuro más brillante!», declamó May ayer para cerrar la puesta en escena de su Gobierno de 85 días. Otros líderes de su Gabinete, como Boris Johnson o David Davis, recurren también a una oratoria de renacimiento nacional.

El contraste entre la profunda introspección de la administración pública británica, imprescindible para desenredar cuatro décadas de pertenencia a la UE sin dañar gravemente a la economía, y la luminosidad en las miradas y el verbo de los vencedores del 'brexit' han sido la última entrega de las conferencias de los partidos británicos, que preceden anualmente a la reapertura del Parlamento.

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