Y tras la fiesta de Obama, ¿ahora qué?
El acto más esperado por el mundo entero en los últimos meses se produjo ayer por la tarde. Con la[…]
El acto más esperado por el mundo entero en los últimos meses se produjo ayer por la tarde. Con la fanfarría habitual de los americanos, Barak Obama se convirtió en el presidente número 44 de los Estados Unidos. Un hecho histórico que ha sido acogido con los brazos abiertos en cualquier parte del mundo y que ha trasmitido una corriente de esperanza más que necesaria en los tiempos que corren.
Pero, pese a la confianza depositado en la investidura del político afroamericano por políticos, economistas y analistas de bolsa, la realidad es tan trágica que no admite demagogias. Anoche, mientras el nuevo Roosevelt, asistía al desfile de mayorette, universitarios y bomberos cantando el himno americano, la Bolsa de Nueva York se despeñaba un 4%, en la que ha sido la mayor caída en el Inaguration Day.
El índice del Standard & Poor´s (S&P) que engloba al sector financiero se desplomó un 17%, con algunos valores con hemorragias de hasta el 55%. El indicador de las 500 mayores empresas de Wall Street ha perdido más de un 11% en las 12 primeras semanas de 2009, superando la caída inicial del pasado año y registrando un retroceso que no se veía desde 1929.
Queda la esperanza de que, como pasó cuando llegó el sobrevalorado Roosevelt -se le atribuyen más méritos económicos de los que realmente consiguió-, el Dow Jones se recupere un 75% en los primeros cien días de su mandato. Pero parece complicado que Barak Obama pueda evitar que el beneficio de las empresas se recomponga de un día para otro y que los grandes bancos dejen de perder dinero a expuertas.
"Obama no va a pagar las hipotecas ni va a limpiar los balances de los bancos", me comentaba ayer un alto ejecutivo de una de las cinco mayores entidades americanas. "No tiene ninguna fórmula mágica porque los tipos ya se han bajado hasta casi cero y la deuda americana vale muy poco. Lo que le queda es rebajar los impuestos, con su consecuencia en el déficit, y nacionalizar las empresas", añadía. Lo de siempre en caso de crisis extrema.
Lo demás, es querer creer, lo cual no es poco, sin olvidar que la fe es un ente abstracto. El hombre se mueve por las ideas y las que trae Obama son alentadoras. Un optimismo -¿qué cuesta pensar en positivo y esforzarse en lugar de quejarse y echarse a llorar?- que probablemente ayudará a salir antes del atolladero. Pero, de momento, los hechos, que si son reales, son demasiados contundentes como para pensar que Obama traerá el milagro de los panes y los peces.
Para muestra dos botones. Anoche, Goldman Sachs rebajó en un 58% la estimación media del beneficio -guarden esta palabra como oro en paño- por acción de las empresas del S&P, al tiempo que un profesor de la Universidad de Nueva York elevó hasta los 3.6 billones de dólares las pérdidas potenciales que todavía esconden los grandes bancos en sus balances. Una quiebra técnica de grandes proporciones similar a la que sufren algunas entidades británicas, como Royal Bank of Scotland y similares.
Con estos mimbres, lo lógico es que la bolsa siga cuesta abajo y sin freno. Y, lo que es peor, que la crisis económica estalle antes o después en la calle, con movilizaciones masivas y la clase media levantada en armas. No hay mundo desarrollado que aguante 50.000 despidos diarios, como ha ocurrido hoy con Sony, BHP Billiton, Rio Tinto, Bank of America, Seat o Marie Claire.
Suerte a todos y a trabajar duro.