Tres o cuatro verdades incómodas (I): la banca
El comienzo del año nos ha devuelto a la cruda realidad de una crisis económica nunca vista y para la[…]
El comienzo del año nos ha devuelto a la cruda realidad de una crisis económica nunca vista y para la que nadie tiene una medicina mágica que nos saque de la unidad de vigilancia intensiva (UVI). Sin embargo, hay políticos y empresarios que siguen empeñados en vender una versión de los hechos ajena a la calle que usted y yo pisamos. Por ello, hemos decidido esta semana hacer un serial para contar tres o cuatro verdades incómodas para los gestionan el país y las compañías.
Comenzamos por la banca porque nos parece la piedra angular del problemilla. Su imprudencia tiene gran parte de culpa de una situación que amenaza con mandar al garete el mundo desarrollado tal y como lo conocemos. Su mala gestión a la hora de conceder créditos y su pésima operativa en bolsa ha puesto en la picota el Sistema.
Pero eso ya lo saben. Lo que irrita es que, después de que los estados, incluido el español, les hayan concedido cantidades ingentes de dinero público -del que usted y yo pagamos al fisco- para recapitalizarlos y que vuelvan a conceder créditos, se exculpan diciendo que no abren el grifo porque ningún cliente entra en las oficinas para pedir agua.
Mentira como el cine. Cuando los pequeños empresarios o particulares como posiblemente sea usted o algún amigo suyo iban en mayo del pasado año -justo después de las elecciones generales- a solicitar liquidez, los bancos y las cajas ya les volvían la espalda. Aunque oficialmente decían, como Santander, BBVA y otros de menor tamaño, que eso no era cierto, la realidad era bien distinta. Por aquellas fechas ya andaban provisionando sus préstamos fallidos concedidos principalmente a promotores inmobiliarios y grandes corporaciones.
Ahora, y pese a la presión del Gobierno, la estrategia sigue siendo la misma. Primero vamos a tapar los agujeros y después ya atenderemos a los de la ventanilla. Actúan así porque en el mercado los grandes inversores ya no le compran deuda, sencillamente porque no se fían de su futuro, de su solvencia. Como no saben si volverán a ser recibidos en la City, pues lo que reciben del Tesoro se lo guardan para ir taponando las vías de agua.
Un empresario español, que gana dinero pese a sufrir la ralentización, como todos, me explicaba que de la noche a la mañana le ha cortado la línea de crédito o le ha exigido más garantías o más avales, como si todos fueran Luis del Rivero, Sanahuja o Fernando Martín. El problema es que si siguen con esta estrategia lo que va a peligrar es el sistema en su conjunto, puesto que las industrias -la producción industrial sufrió en noviembre la mayor caída en 16 años- se han quedado sin gasolina porque les han cortado el circulante.
Pero lo que más cabrea es que durante estos meses de zozobra los gestores de nuestros grandes bancos y cajas han seguido sacando pecho de lo bueno y lo sólidos que son. Craso error y enorme equivocación en la estrategia de comunicación con clientes, inversores y accionistas, a los que ahora tendrán que dar explicaciones. Esperemos que no sean banales, como las de Banco Santander, para convertir un profit warning en toda regla -no llegará a los 10.000 millones- en un ejercicio de prudencia, toda la que le falto hace hace apenas cuatro días.
Aguarden más pronto que tarde nuevas ampliaciones de capital que diluirán su beneficio por acción y próximos recortes de dividendo. Nos venderán que lo harán por cautela y por recomendación divina -Banco de España-, pero lo cierto es que aquí, como ha ocurrido en Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Bélgica y Holanda se llegará a que el Estados tome participaciones en nuestros bancos y cajas. Las provisiones genéricas, esa famosa hucha de la que tanto se han vanagloriado, ya están gastadas desde hace meses.
Pero, por favor, si se hace plan de rescate, que se haga bien, no como con Merrill Lynch o Morgan Stanley, a los que salvaron Bank of America y Mitshubisi UFJ y a los que ahora toca auxiliar con otro torrente de dinero público. Una farsa en toda regla, como las de las inmobiliarias españolas, que puede costar muy cara.