Con el agua al cuello y Zapatero de viaje a ninguna parte

 A estas alturas de la película, después de que los gobiernos mundiales hayan dado un golpe sobre la mesa para[…]

 A estas alturas de la película, después de que los gobiernos mundiales hayan dado un golpe sobre la mesa para rescatar a las entidades financieras con dinero público, los ciudadanos de a pie, los que tienen que pagar religiosamente su hipoteca y llenar la cesta de la compra -es decir, los que en última instancia financian el rescate- deben de estar preguntándose ¿Y por qué no me inyectan a mi también unos cuantos miles de euros?

Y es que, por lo visto hasta ahora, no hay ninguna garantía de que los 100.000 millones de euros que Zapatero pondrá a disposición del sistema financiero vayan a aliviar la pesada carga que soportan los bolsillos del contribuyente que desde ayer, por ejemplo, se enfrentan a una subida del gas natural 9,1%. De entrada, el plan ataca el problema de liquidez que lastra a la banca española, que podrá -en teoría- aumentar el volumen de créditos destinados a familias y pymes. Pero pensar sin más que este dinero se va a trasladar desde las cajas fuertes a las cuentas corrientes, tiene poco de científico y mucho de apriorístico. De hecho, el propio Solbes ha reconocido que la labor del Gobierno no consiste en decirle a los bancos cómo tienen que manejar su cartera.

Y es que si algo ha aprendido la banca española de esta crisis es que los excesos acaban por pasar factura. En los tiempos de bonanza, uno acudía al banco con una mano delante y otra detrás, y salía con casa, muebles y hasta coche. Eso sí, hipotecado a 50 años. Pero con el paro por encima del 10% (y subiendo), los sueldos congelados y las empresas despidiendo gente, la barra libre del crédito fácil se ha acabado. Habrá quien todavía tenga arrestos para entrar en su banco y pedir una hipoteca. Puede que hasta se la den. Pero donde antes bastaban un par de nóminas y muy buenas intenciones, ahora habrá que empeñar hasta la rueda de repuesto.

Lo probable -por desgracia- será que gran parte de la liquidez que recibirá la banca se destine a reajustar sus carteras crediticias, pero lo deseable sería que al menos un porcentaje significativo se tradujera en créditos a las familias, y sobre a las pymes, que generan más del 70% del empleo en España y se ven incapaces de acceder a un crédito que necesitan como agua de mayo y tienen varados, en punto muerto, sus planes de crecimiento.

En el fondo, todo es un problema de expectativas. Los bancos perciben que el consumidor está asfixiado y saben sin medias tintas que la economía está en recesión. También saben que miles de pequeñas empresas entrarán dentro de muy poco en suspensión de pagos. No esperan nada bueno, y van a exigir más que nunca. Y al contrario. Los consumidores perciben que la situación es muy grave, por lo que se aprietan el cinturón y disminuyen drásticamente el consumo.

Si las proyecciones económicas del plan pueden ser nefastas para el bolsillo, no menos sonrojantes resultan sus vertientes políticas. Un desembolso de semejante cuantía requiere, cuando menos, un mínimo consenso con la oposición. Pero Zapatero ha optado por la vía rápida de un decreto -cómo es posible que no esté consensuado co la oposición ni haya sido debatido en el Parlamento- cargado de contradicciones. Primero se nos dice que el Gobierno no tiene intención de entrar en el capital de los bancos, pero el Consejo de Ministros extraordinario de ayer deja abierta la puerta para que Economía compre acciones de los bancos. Además, Zapatero, en el rizo de lo surrealista, dice que "si todo sale bien", no costará nada al contribuyente. ¿Si todo sale bien? Crucen los dedos, nadie sabe dónde puede acabar el viaje a ninguna parte de Zapatero.

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