Carlos de Troya: el florista de las 'socialités'
«Era algo latente, que siempre me había gustado desde niño, pero no me atrevía a dar el paso». El detonante[…]
«Era algo latente, que siempre me había gustado desde niño, pero no me atrevía a dar el paso». El detonante fue una mudanza a Amberes (Bélgica): Carlos de Troya, licenciado en Bellas Artes y Arquitectura, tenía entonces 34 años cuando se dio cuenta de que había llegado la hora de hacer realidad su viejo sueño en una ciudad con una gran cultura floral. «Me había frenado hasta entonces el hecho de ver las floristerías que había en España: pequeños negocios poco innovadores que no se volcaban en proyectos ambiciosos, como hacer instalaciones».
Comenzó a trabajar con uno de los mejores floristas de Bélgica, Mark Colle, conocido por la espectacularidad de sus montajes florales y uno de los habituales de los eventos de la alta costura. «Así empecé a hacer vida de sótano, donde se limpian las flores, en jornadas maratonianas de 16 y 17 horas en temporada alta, encantado y sin quejarme, y a los dos meses me contrataron», cuenta Carlos. El contrato duró casi tres años, hasta que decidió volver a Madrid hace año y medio. «Yo había estudiado Bellas Artes y Arquitectura en la Universidad Europea, en Madrid, y había intentado buscarme un hueco en el mundo del arte. Primero como ayudante de fotógrafo y después, con un colectivo de compañeros, en el arte político y reivindicativo», continúa.
«Durante una época trabajé en la frontera entre Tijuana y San Diego con los emigrantes y las ONG que les dan cobertura, utilizando el street art y el muro como soporte, denunciando las desigualdades que produce». Mientras tanto, Carlos se mantenía con pequeños trabajos, como camarero o como guía de rutas en bicicleta para extranjeros por España. «El mal vivir del artista», dice con humor.
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