El Picasso más erótico, en París

A través de más de un centenar de cuadros, numerosos dibujos y cuadernos muy íntimos, la exposición «Picasso 1932. Año[…]

A través de más de un centenar de cuadros, numerosos dibujos y cuadernos muy íntimos, la exposición «Picasso 1932. Año erótico», en el Museo Picasso de París, propone revisar la obra del genio a través de ese año «bisagra», cuando la contemplación de los cuerpos desnudos, el suyo y el de mujeres reales e imaginarias, se convierte en «origen del mundo».

Laurence Madeline y Virginie Perdrisot, comisarias de la exposición, razonan de este modo el puesto central de esa fecha en la evolución de la creación picassiana: «La convulsión de la belleza, provocada por la ?desinhibición? surrealista, era sensible desde 1925, pero se ?acelera? desde 1932. El erotismo, presente del principio al fin en la obra de Picasso, cobra una dimensión capital. Los mitos clásicos serán ?revisitados? de manera permanente y definitiva. Los grandes maestros renacentistas y barrocos serán ?releídos?. El ?diálogo? con Matisse y algunos temas clásicos, como la crucifixión, darán frutos excepcionales?». Entre esas perspectivas, el puesto central del erotismo más crudo tendrá un papel capital, que Laurence Madeline explica de este modo: «En algunas obras de este año, como ?El sueño?, la mujer soñadora o dormida se transforma en un tema central. La ósmosis entre la sexualidad y la creatividad, el acto sexual y el acto de la creación serán metáforas intercambiables».

Dimensiones sublimes

Esas «metáforas» tienen en la obra de Picasso dimensiones sublimes y dimensiones obscenas. «El sueño» y otras obras mayores son iluminaciones entre místicas y carnales. La exposición presenta por vez primera cuadernos íntimos de otra naturaleza. En la intimidad más inflamable, Picasso no duda en «imaginar» su propio falo convertido en algo así como un «pincel» que «dibuja», erguido, iluminaciones obscenas de cierta crudeza.

No duda en «imaginar» su propio falo convertido en un «pincel» que «dibuja» iluminaciones obscenas de cierta crudeza

El cuerpo desnudo de la mujer tiene un puesto evidentemente central en toda la obra de Picasso, desde su adolescencia a la madurez definitiva. El artista se percibe a sí mismo, durante toda su vida, como un contemplador no siempre abnegado de la belleza femenina y como un «sátiro» corriendo tras incontables «ninfas» en el bosque apenas umbrío de sus años finales. A juicio de las comisarias de esta exposición, 1932 fue una suerte de «año de gracia»: el Picasso de la primera madurez (hacia los 50 años) abre las puertas a otros Picassos no menos juveniles.

La «desinhibición» de los años 20 y 30 culminará con algunas obras muy íntimas, como el Minotauro que «come» la intimidad más íntima de Dora Maar, abiertamente complacida. Los sueños picassianos de 1932, en las postrimerías del cubismo y un nuevo descubrimiento del Mediterráneo (tras su viaje a Roma y su vuelta muy provisional a una Barcelona «noucentista»), abren las puertas de los campos roturados por el Picasso instalando en la Costa Azul, años más tarde.

Quizá por vez primera, se consagra una sola exposición «monográfica» a un solo año de la obra de un creador, 1932. No todo fue erotismo, aquel año. Picasso también comenzó a trabajar y explorar el tema de la crucifixión, entre otros. En septiembre de 1930, Picasso visitó Estrasburgo y Colmar, descubriendo el retablo de Grünewald, que una importancia tan crucial tendría en la génesis de las crucifixiones picassianas, tan indispensables para comprender el Guernica. Erotismo y fulgor de la carne, sacrificio y tragedia histórica. En esas estamos. Hoy como ayer.

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