Inversión de impacto: la tercera dimensión

Se necesitan unos 2,5 billones de dólares al año para financiar los ODS de aquí a 2030. Es imposible que el sector público asuma este volumen, así que la participación privada es indispensable

Invertir para obtener un rendimiento financiero adecuado y hacer del mundo un lugar mejor: durante mucho tiempo, estos dos objetivos se consideraron incompatibles.

Invertir por una buena causa formaba parte de la filantropía o el mecenazgo, donde la intención de obtener beneficios no juega ningún papel o al menos un papel secundario.

Pero la contradicción entre una buena causa y una rentabilidad adecuada sólo existe en apariencia: las inversiones de impacto la eliminan. Lo que era un sólo pequeño nicho hace unos años se está convirtiendo en un verdadero segmento de inversión.

Veamos algunas cifras: según los datos de Naciones Unidas, los criterios ESG se aplican ahora a más de un tercio de todos los activos bajo gestión en el mundo.

La consideración de la sostenibilidad, en cualquier forma, es ya una práctica estándar en la inversión. Y esto es cierto no sólo con respecto a los mercados cotizados, sino también, y cada vez más, en los mercados no cotizados, en inversiones alternativas como las infraestructuras y el capital riesgo.

Solo el 0,5 por ciento de los activos globales

Las inversiones de impacto, aquellas que, además de un rendimiento financiero, también tienen un impacto positivo previsto y medible en el medioambiente o la sociedad, hoy sólo representan alrededor del 0,5 por ciento de los activos globales bajo gestión.

Pero están creciendo a un ritmo impresionante: según GP Bullhound, el volumen de inversiones orientadas al impacto aumentó en un promedio del 77 por ciento anual de 2017 a 2019. Las inversiones ESG, en cambio, “sólo” crecieron en un promedio del 13% anual en el mismo período.

Ahora bien, ¿cuáles son los resultados positivos que buscan lograr las inversiones de impacto? Sobre esta cuestión, ha surgido el consenso de que las inversiones de impacto deben contribuir a al menos a uno, idealmente varios, de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

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Según la ONU, se necesita un capital de unos 2,5 billones de dólares al año para financiar los ODS de aquí a 2030. Es imposible que el sector público asuma este volumen: la participación del sector privado es indispensable.

Un mapa de inversión con metas específicas

Es posible invertir en los ODS dividiéndolos en 196 metas específicas, con sus 232 indicadores. Esta arquitectura permite configurar fondos de impacto, los cuales, según la definición de la Global Impact Investing Network GIIN, deben cumplir con varios requisitos.

Primero, intencionalidad: debe haber una intención dedicada a lograr un impacto claramente definido. En segundo lugar, la causalidad: el impacto pretendido debe estar relacionado causalmente con la inversión.

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En tercer lugar, debe ser medible: si se logra el impacto deseado y en qué medida, debe medirse mediante indicadores clave de rendimiento (KPIs) claramente definidos. Y, en cuarto lugar, informar: el impacto debe reportarse de forma regular y transparente.

Cada vez hay más iniciativas e instituciones que están desarrollando requisitos mínimos, mejores prácticas y procesos de auditoría para las inversiones de impacto.

Por nombrar solo algunos, además del GIIN, el Operating Principles for Impact Management y el Impact Management Project. La industria en su conjunto se beneficia de dicha estandarización porque reduce el riesgo de ‘impact washing’, es decir, el riesgo de una clasificación engañosa como inversión de impacto.

En resumen, se puede afirmar que, aunque las inversiones de impacto actualmente solo juegan un papel menor en la inversión, esto está cambiando a pasos agigantados.

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Cada vez más inversores aspiran a lograr un rendimiento adecuado y a hacer el bien

En este segmento, una inmensa demanda global de capital se está encontrando con una creciente disposición de inversores que no solo quieren generar rendimientos adecuados, sino que también quieren hacer el bien.

La visión tradicional de las inversiones es predominantemente bidimensional, a través de una ponderación de las consideraciones de rentabilidad y riesgo.

Si bien la introducción de criterios ESG tiene un efecto predominante en el lado del riesgo, el establecimiento de criterios de impacto significa una ampliación real del espectro. Con el transcurso del tiempo, las consideraciones de impacto se integrarán como una tercera dimensión en cada decisión de inversión.

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