Ventas a corto: ¿Y si el problema no es la manzana?

 Cualquier buen futbolero sabe que la forma más rápida de llegar al área rival es por el centro. Si la[…]

 Cualquier buen futbolero sabe que la forma más rápida de llegar al área rival es por el centro. Si la defensa rival es endeble e insegura, la táctica suele ser infalible. Si por el contrario el atacante se topa con una retaguardia bien posicionada, lo que toca es abrir el balón a las bandas o, lo que es lo mismo, elaborar más el juego. Se suele tardar más pero el efecto puede ser más letal si cabe.

Lo mismo pasa con el préstamo de valores para apostar por la caída de una compañía en bolsa. Si se prohibe, a corto plazo se limitarán las pérdidas. Pero a medio plazo, el castigo será el mismo o más porque el bajista va a buscar otros caminos. No hay puertas para un mar tan proceloso como aquel en el que hoy navegan las bolsas mundiales.

Aumenta la presión de las empresas cotizadas para prohibir una operativa que tiene a los presidentes de nuestras compañías de los nervios. Caen las cotizaciones y cientos de dedos acusadores señalan a los vendedores a corto, esos que piden títulos prestados para venderlos en el mercado, tirar los precios, recomprar bastante más abajo si la operación sale bien y con la plusvalía liquidar el préstamo y meterse en la buchaca la diferencia.

¿Así de sencillo? Sí, cuando se acierta, claro. Tan sencillo como era hacer exactamente lo contrario cuando desde 2003 a 2007 el Ibex 35 subió un un 151%. Entonces se apostaba por las subidas de los valores y los jefes de nuestras compañías se volvían locos por comunicar a los hedge funds sus secretos más inconfesables. Entonces nadie se quejaba.

Más que atacar por el centro y destrozar a la defensa rival, aquello era como tirar a puerta vacía. ¿Cómo ahora? Sí, sencillamente porque ni siquiera los primeros ejecutivos de nuestras empresas financieras, las sobre el papel grandes damnificadas de los hedge fund francotiradores, pueden defender que sus cotizaciones están infravaloradas.

¿Puede algún consejero delegado asegurar que el precio no se justifica a la vista de unas cifras de morosidad que crecen a velocidad de vértigo? ¿O ante la certeza de que las tasas de recuperación van a ser cada vez más bajas por el impacto del aumento continuo del desempleo? ¿O por la manifiesta incapacidad para generar extraordinarios? ¿O a la vista de que los diferenciales se reducen cada día a medida que bajan los tipos de interés? ¿O quizá por el impacto de la crisis mundial en sus negocios internacionales?

No se trata de ensalzar a los fondos hiperespeculativos. En absoluto. Pero sería conveniente no demonizarlos, máxime cuando han permitido con sus compras que los ejecutivos de este país hayan presumido ante sus accionistas de subidas en bolsa galácticas. Y, más allá, les han permitido alcanzar con suficiencia la nota exigida para cobrar unos multimillonarios planes de stock options que los han elevado a la categoría de privilegiados.

El asunto es tan sencillo como que entonces y ahora -es decir, apostando al alza y luego a la baja- los operadores a corto se han dedicado con la misma fruición a su trabajo: ganar dinero. Cambiando de mercado, ¿No es lícito que los compradores de viviendas presionen para bajar los precios? Si, lo es, y además tiene todo el sentido porque el valor de las casas está en plena -brutal- corrección.

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Por eso prohibir puede ser peor que asumir la que está cayendo. Vetar la operativa a corto y rebajar en lo posible la intensidad de las caídas puede ser un alivio momentáneo. Pero el cuerpo no aguntará permanentemente a base de aspirinas. Para eso están los mercados, para saltarse la regla escrita, porque la prohibición no va a terminar con la tendencia bajista. Habremos ralentizado un proceso sencillamente inevitable. Un consuelo pobre, muy pobre. Dice la frase popular que "el error estuvo en prohibir la manzana. Si hubiesen prohibido la serpiente, Adán se habría comido la serpiente". ¿Y si el problema no es la manzana?

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