El Banco Central Europeo quiere volver a ser aburrido

En Fráncfort se levanta la flamante sede de una institución clave en el relato europeo tras la gran recesión en 2008

Insisten los más viejos del lugar que sí, que es cierto, que hubo un tiempo en el que el BCE era aburrido y anodino. Es el ADN de los bancos centrales, lograr que gracias o pese a ellos, todo carbure, que nada se rompa. Bendito aburrimiento. Eran otros tiempos, un tiempo mejor, sin duda. Pero querer no es poder y la resaca de la gran recesión es tan fuerte como duradera será la 'Draghidependencia' que padece la Eurozona con una inflación que sigue al ralentí. Nada de música clásica, larga vida al rock and roll de los tipos negativos y la compra de deuda a mansalva.

Bienvenidos a Fráncfort, al Banco Central Europeo, a la flamante nueva sede de una institución clave en el relato europeo de la última década y que si algo no logra es, precisamente, pasar desapercibida. Si Bruselas es la palabra capaz de sustentar un sinfín de títulos, el BCE ha logrado que Fráncfort sea ya parte de una sociedad que sin pretenderlo se ha visto obligada a hacer un máster acelerado de macroeconomía desde aquel maldito 2008 de Lehman Brothers.

Con el permiso de Reino Unido, aunque por poco tiempo, Fráncfort es la capital financiera de la UE, como evidencia el 'skyline' que levita sobre el centro de la ciudad. Allí, en el número 29 de la Kaiserstrasse, se ubica la 'Eurotower', la que fue sede principal del BCE hasta finales de 2014. Escoltada por la famosa escultura del euro, acoge ahora a más de 1.400 funcionarios de la entidad reclutados en el Mecanismo Único de Supervisión, el primer pilar de la Unión Bancaria.

¿Pero dónde está la faraónica sede que ha costado 1.300 millones en plena era de los rescates y que dejó un reguero de 350 detenidos el día de su inauguración en 2015? ¿Dónde se encuentra la sala de máquinas de una institución que sigue poniendo de los nervios a los mercados bajo la batuta de esa suerte de prestidigitador llamado Mario Draghi? Basta con mirar al cielo, al infinito. No tiene pérdida. Calle Sonnemannstrasse, número 20. Allá vamos.

Un monstruo de cristal de 185 metros que acoge a 1.500 empleados y 16.000 visitantes al año se levanta a orillas del río Meno. Seguridad y más seguridad. Es el sino de una nueva era. El trasiego de trajes y maletines es rutina. Gafas de pasta, café para llevar y Apple por doquier. En el vestíbulo, en el camino que lleva al futuro centro de visitantes que abrirá en otoño, una frase: «Es mejor luchar en torno a una mesa que en el campo de batalla». Lo dijo Jean Monnet, uno de los padres fundadores de la UE, de esa Europa que vive orgullosa de su presente en paz pero que sigue librando la batalla del relato ante millones de ciudadanos que se consideran perdedores de la crisis y que si en algo no creen es en torres de cristal. Si se trata de convencer, qué mejor que tirar del verbo de Draghi, el gran valedor del euro desde que en 2012 pronunció ese histórico 'whatever it takes...' que a la postre significó que hoy, este artículo pueda escribirse sin mencionar la peseta.

Un simbólico pasado

«Este edificio pasará a ser conocido inevitablemente como 'La Casa del Euro' (...) Se erige como símbolo poderoso del significado de la integración europea. Nos recuerda de dónde hemos venido y adónde tenemos que ir. Los horrores que pueden producirse si nos separamos y los formidables progresos que podemos lograr cuando trabajamos juntos. No deshagamos lo que hemos logrado. No añoremos el pasado». Corría el 18 de marzo de 2015, el día de la inauguración.

Nada es casual. Desde aquí, entre 1941 y 1945, más de 10.000 judíos de Fráncfort y alrededores fueron deportados a campos de concentración, como recuerda un memorial habilitado dentro del propio complejo. Hacerlo era una de las condiciones exigidas por las autoridades locales. No hubo que negociar mucho.

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También que se mantuviera intacta la estructura del Grossmarkthalle, un edificio emblemático que acogió el famoso mercado mayorista de frutas y verduras en la década de los años 20 del siglo pasado. Así fue. La fachada dice una cosa pero el interior ofrece un diseño vanguardista jalonado de salas de conferencias, zonas de restauración o las obras de arte propias que conforman la colección del BCE.

     La torre es inexpugnable. La sala de reuniones del Consejo de Gobierno se ubica en la planta 41. Una planta más abajo, el despacho de Draghi. Es el faro del euro. Un balcón que permite divisar allí a lo lejos el 'skyline' del que forma parte el Bundesbank alemán, cuya torre acoge en las alturas a su presidente, Jens Weidmann. El gran 'halcón', el hombre que cada seis semanas acude a la casa de Draghi para decirle que basta ya de rock and roll. El ojito derecho de Merkel quiere ser el nuevo presidente del BCE el 1 de noviembre de 2019. De torre a torre, en busca del gran objetivo. Bendito aburrimiento. Todo queda en Fráncfort, siempre queda en Alemania. Pero ésta ya es otra historia.

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