Gente tóxica: ¡Que no te arruinen la vida!

Aparte de ser una gran película, si hay algo que maravilló a los espectadores de Boyhood fue el hecho de[…]

Aparte de ser una gran película, si hay algo que maravilló a los espectadores de Boyhood fue el hecho de que haya conseguido plasmar la vida de Mason (Ellar Coltrane) desde los seis hasta los dieciocho sin necesidad de varios actores para ponerse en la piel del niño, del adolescente y del casi adulto. Coltrane siempre hizo de Mason. Lo mismo sucedió con su entorno familiar (Ethan Hawke, Patricia Arquette... etc).

Resulta difícil pensarlo en cine y más aún en el caso de un estudio científico. Sobre todo, si en vez de doce años, se estudia a una persona durante toda su vida. Sí, toda. Eso hizo el Estudio de Desarrollo de Adultos de la Universidad de Harvard con el objetivo de saber qué es lo que hace a una persona feliz y saludable.

Estudiaron el desarrollo de personas desde su adolescencia hasta su vejez durante nada menos que 75 años. «Rastreamos la vida de 724 hombres, año tras año, preguntándoles sobre su trabajo, su vida hogareña, su salud, y claro, todo ese tiempo sin saber cómo resultarían sus historias de vida», cuenta el psiquiatra, psicoanalista y profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, Robert Waldinger, cuarto director del estudio en una charla TED. Pese a las obvias dificultades de lograr la continuidad de un estudio tan largo (falta de financiamiento, personas que abandonan el estudio, etc) consiguieron llevarlo adelante. Eso sí, quedaron 60 personas estudiadas de diferentes clases sociales, aún con vida, con unos prósperos noventa y tantos años.

¿Cuál fue la conclusión de este soberbio estudio, de las decenas de páginas de información obtenidas a través de conversaciones grabadas con sus familias, del estudio de sus analíticas, del escaneo de sus cerebros? «Las lecciones no tienen que ver con riqueza, fama, ni con trabajar mucho. El mensaje más claro de estos 75 años estudio es este: las buenas relaciones nos hacen más felices y saludables. Punto», zanja Waldinger.

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Huimos de recetas a la hora de hablar de felicidad, pero aquí proponen una. Sabemos que somos seres sociales y las relaciones son importantes en nuestra vida. No sabíamos, tal vez, que eran tan determinantes para nuestra salud física, mental y emocional. Por eso, hay que ponerse manos a la obra y aprender a relacionarse, o por lo menos, a huir de aquellas personas que nos hacen mal. Por ejemplo, las personas tóxicas.

Las personas tóxicas están en todos lados: en el trabajo, en nuestra casa, en la calle, incluso podemos serlo nosotros mismos. La clave está en reconocerlas: «son personas que te nivelan para abajo, que meten miedo o culpa, que manipulan...Son adictos emocionales, necesitan hacer sentir mal al otro para poder sentirse bien ellos», explica el psicólogo y escritor Bernardo Stamateas, autor de libros que se han convertido en best sellers, como «Pasiones tóxicas» o «Gente tóxica».

Elisa Sánchez, psicóloga y directora de IDEIN, consultora de recursos humanos y salud laboral, señala que las personas tóxicas tienden a pensar solo en sí mismas, «se priorizan siempre, les importa ellos, su ego», y matiza que una persona tóxica puede no serlo para todo el mundo. «Hay gente que es tóxica en general, pero también están aquellos que lo son solo para algunos, cuya vida familiar, por ejemplo, va bien y en el trabajo son unos trepas a los que solo les interesa ascender y se comportarán de manera tóxica con todo aquel que quiera interponerse en su camino. O gente con determinados prejuicios, machistas, por ejemplo, que perjudicará más a las mujeres que a los hombres».

Pero para que haya una persona tóxica tiene que haber alguien que se deje «intoxicar». «Si dejo que alguien me agreda es porque me cuesta ponerle límites al otro, lo que significa que me cuesta ponerme límites a mí, me cuesta decir que no; también se da en aquellas personas que quieren cambiar al otro, que sienten omnipotencia y se terminan enganchando con un tóxico», señala Stamateas. «A veces, necesitamos de la aprobación de los demás o nos da miedo el rechazo», añade Sánchez. Pero el perjudicado más frecuente es aquel «al que le cuesta decir que no», zanja Stamateas.

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