José Luis Perales: «Hicimos historia con nuestras canciones»

«El amor, igual que llega, pasa», cantaba José Luis Perales en una de sus canciones. Una de esas de su[…]

«El amor, igual que llega, pasa», cantaba José Luis Perales en una de sus canciones. Una de esas de su autoría que, al contrario que el sentimiento romántico, no caduca. Son más de quinientas las que ha escrito el cantautor conquense. No todas son eternas, pero un buen puñado sí que permanecen ancladas en la memoria colectiva de España e Iberoamérica. No contento con lo ya logrado, a sus 71 años sigue componiendo y grabando discos. Acaba de publicar «Calma», y con él tiene la excusa de reanudar su idilio con sus seguidores, para cantarles en directo estos nuevos temas y, cómo no,, los de toda la vida.

Vivimos una época poco propicia para la calma.

Pero nos hace falta. En la gente, en la forma de vivir, en nuestra relación con los demás... Los medios tecnológicos que existen hoy son fantásticos, pero nos aíslan. Creo que es una buena filosofía buscar la tranquilidad, el diálogo y la comunicación humana. De eso va un poco el disco.

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La información nos llega muy rápido y no somos capaces de asimilarla

En la música pasa igual. Sale un disco ahora y dentro de una semana o en quince días ha desaparecido. Eso si lo ponen por la radio, porque la gente de mi generación, no sé por qué, ya no aparecemos. Algo que no ocurre en América Latina, que sí sonamos en todos los sitios. Me acuerdo que en los años setenta y ochenta, grabábamos una canción y la gente la aprendía, la cantaba, y cuando se cansaban de ese single salía otro, y esas canciones hacían historia, y de esa historia que hicimos entonces vivimos hoy, porque la gente quiere todavía esas canciones, incluso los más «indies» de ahora, que hacen versiones, como en mi caso han hecho los Elefantes, con «Te quiero». Quizás necesiten también de ese tipo de música que hicimos entonces, en parte gracias a las paciencia de las discográficas, que si un disco no pegaba, ya se sacaría otro. Ahora no, si a la semana no ha pasado nada, hala, a otra cosa. ¡Cuánta gente se queda a la puerta de la gloria sin tocarla nunca!

¿Cómo se vive, después de tantos años, el estreno de un disco?

Con mucha ilusión. No tanto como si empezara, pero casi, porque como salgo de mi nido cada tres o cuatro años. En los conciertos, por ejemplo, me pongo nervioso de nuevo, y me tiemblan las piernas, hasta que veo que me quieren y entonces ya se me pasa. Pero es como empezar otra vez, por esas largas interrupciones. Escribo, viajo, hago otras cosas, y hay un espacio para la música y otros para otras cosas. Hay una canción que dice «dejaré en una percha lo que fue un disfraz». Eso hago cada vez que acabo una gira, cuelgo el traje de actuar y ya soy al que le encanta el huerto, la jardinería, la escultura, la cerámica, los museos, el arte, la lectura. Hasta que de repente unas cuantas musas que hay perdidas por ahí me cantan al oído una canción.

¿La edad influye a la hora de componer?

Creo que todo te hace madurar. En las letras es evidente. Cuando eres joven son muy juveniles, a veces muy superficiales, muy comercialitas. A veces eso venía impuesto por las compañías de entonces, porque claro, si hacías una canción muy profunda, que a mí me gustaban mucho, no veían la luz, porque te decían que no era comercial. A esas cosas me negué hace ya mucho tiempo. De hecho me hago yo mis producciones. Doy mi disco para que me lo vendan, para licenciarlo a alguna compañía y ya está. Y esa maduración la vas plasmando en las letras y en la música también. A veces me sorprendo cuando de pronto quiero escribir una música porque se me ocurre algo, y me sale una música que no se parece nada de lo que he hecho antes, y eso me hace feliz. Es un continuo aliciente. Me acuerdo que cuando era más joven decía que a los 40 o 50 años me retiraría de la música, y no, imposible. No, porque tengo ganas de hacer cosas, y la cabeza me funciona, y el corazón también, y los sentimientos, y la observación de la gente, de las historias comunes. Y me divierte y me apasiona escribirlas.

Es el compositor español que más discos ha vendido en el mundo, y a pesar de eso la humildad parece ser su principal baza. ¿Se ha enfrentado a muchos egos inflados en el mundo de la música?

Hay una parcela de vanidad en todos los artistas. Cuando yo fui la primera vez a cantar al Carneggie Hall de Nueva York, aquello me pareció la bomba, era lo más que se podía aspirar. Me acuerdo que era un día de invierno, que había un metro de nieve en las calles, y encima del Carneggie Hall había un cartel que decía «sold out». Y me hice una foto, que luego salió fatal, pero me la hice. Un mínimo de ego siempre hay en los artistas, porque te adulan mucho, aunque cuanto más mayor eres menos te afecta. Ahora te afecta cuando te dicen: «Dame un autógrafo para mi abuela». También lo entiendo, tengo 71 años. Pero es curioso que los jóvenes muy modernos recurran a canciones clásicas de las nuestras para hacer versiones, y eso te redime un poco de esa vejez que podías pensar que ya te está venciendo. Y no, yo sigo sintiendo mucha ilusión por la música.

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