Del drama de Padilla a los toros soñados de Matilla
De nuevo el Himno Nacional estalló en la plaza de toros de Valladolid entre los «¡vivas!» a España. Los vencejos[…]
De nuevo el Himno Nacional estalló en la plaza de toros de Valladolid entre los «¡vivas!» a España. Los vencejos y las golondrinas levantaron el vuelo al son de la otrora «Marcha de Granaderos». Los tendidos se pusieron en pie y los areneros se colocaron en posición de «¡firmes!» como soldados. Las miradas apuntaban al cielo azulado, horas antes gris dentro de un paisaje otoñal, con los árboles desplumando hojas bajo la tormenta. Pero en el momento del paseíllo la tarde se templó, y el huracán no era otro que Juan José Padilla. «¡No te vayas!», gritó un espectador.
Pero aquella felicidad reinante en el Paseo de Zorrilla se tornó en angustia. Otra vez el jerezano rozó la tragedia en banderillas. En el segundo par, de dentro hacia fuera, el toro lo prendió por el chaleco, a la altura del pecho, en una terrorífica imagen. Ya en la arena, le destrozó la taleguilla. Pero allá que se fue el Pirata, con su pañuelo negro de bucanero, y se marcó un tercero al violín. Concluido el tercio, se enfundó unos vaqueros y se plantó de rodillas. Potable este «Durazno» de la notable corrida de Matilla, que traía otro porte distinto a las anteriores. Fue la corrida soñada por los toreros, noble dentro de sus notas mansas, con calidad, humillación y la durabilidad necesaria.
Hablábamos de «Durazno», mejor por el derecho que por el izquierdo, por donde se quedaba corto. En la mano de la escribanía se centró Padilla, en series con oficio y un largo redondo mirando al público. El entusiasmo creció en el desplante de hinojos antes de enterrar un espadazo. Paseó una oreja mientras le lanzaban flores y un gallo, aunque el verdadero gallo de pelea era este héroe popular cosido a cornadas.
Pasó a la enfermería, pero salió para dar cuenta del cuarto, en el que esta vez no cogió los palos. Brindó a su apoderado, Toño Matilla, por tanto camino juntos. Con sobrada técnica y cierto reposo, tiró de un animal que, pese a lanzar una miradilla, obedeció y humilló con son. Tras perder la flámula, subió la temperatura con inversos y molinetes. De nuevo manejó el acero como un agente 007 y consiguió el galardón que amarraba la salida a hombros.
Padilla compartía cartel con otro matador que tiene su piel como un mapa de carreteras, Antonio Ferrera. El extremeño toreó primorosamente a la verónica en el quite al nobilísimo segundo. Metía la cara «Habanero» y su lidiador lo exprimió en derechazos largos primero y después en redondo, pulseando con maestría la embestida. Al natural, sin estrecheces, brotaron algunos zurdazos sentidos. Cosió al rajadito oponente en otro circular y se adornó con un molinete antes de abrochar faena y cortar un trofeo. Manso de libro fue el quinto, que transmitía, pero en el que apenas pudo esbozar muletazos por su permanente huida.
La joya de la corona fue el tercero, al que El Fandi saludó con una larga cambiada. Algo huido en los inicios, se pegó unas cuantas carreras ?con ritmo? en los jaleados rehiletes. Planeó «Derribado» en el fenomenal comienzo de rodillas mientras se comía las telas, con una movilidad y un recorrido excelentes, con mucha clase y ese punto de abrirse de los mansos. Hasta dos espaldinas improvisó el granadino, que bajó y corrió la mano en tandas que gustaron. ¡Menudo era el toro de la ganadería de su mentor! Un ejemplar para gozar el toreo, con el que Fandila se asentó en unos zurdazos. Ya con el animal más apagado ?duró una barbardidad?, recurrió al efectismo de los rodillazos y el invertido, exprimiendo hasta la última gota. No se le podía escapar el triunfo y lo cazó de un estoconazo recibiendo, con el público totalmente enfandilado. Dos merecidas orejas y ovación de gala al de García Jiménez, número 69.
Otra vez mostró su desparpajo con el capote frente al «avacado» sexto, con el que explosionó la plaza en banderillas. «Está sembrado», dijo un viejo aficionado. Pese a andar más justo de fuerzas que sus hermanos, iba y venía a la muleta del granadino, que lo oxigenó con listeza en su deseosa labor. Pero pinchó... Igual dio: la puerta grande ya estaba abierta en un tercero de ensueño.
