La huelga cotiza a la baja

Cada vez que se convoca y se inicia una huelga en España, gusta compararla con su predecesora, quizás con la[…]

Cada vez que se convoca y se inicia una huelga en España, gusta compararla con su predecesora, quizás con la intención de encontrar puntos que permitan aventurar por dónde van a ir los tiros de cita actual. En esta ocasión, por desgracia, las similitudes entre la huelga de transportes que se ha iniciado hace unas horas y la última vivida en nuestro país en el año 2005 tienen pocas cosas en común. Por aquel entonces, también se pedían rebajas fiscales a los carburantes y mejoras salariales para los transportistas. Sin embargo, en el fondo la situación tanto económica como social era bastante distinta a la actual. El grado de crispación de los trabajadores, por ejemplo, no tiene nada que ver con el de hace tres años. Entonces, la economía iba bien, la bolsa iba bien y el petróleo no acumulaba una subida del 40 por ciento en sólo cinco meses (como suma desde enero de este año).

Hoy, los transportistas se quejan básicamente de que no pueden repercutir la vertiginosa e incontrolada marcha alcista de los carburantes (que han subido un 12,5 por ciento desde enero), en los servicios que ofrecen. Y piden una bajada de impuestos y unas tarifas mínimas que cubran los costes de explotación de los vehículos de transporte y sean actualizadas cada trimestre. Las exigencias, sin embargo, son difícilmente negociables, lo que amenaza con un parón prolongado. De hecho, desde la UE ya han asegurado que no rebajarán los impuestos a los carburantes.

La huelga no es hoy día una buena noticia, ni para la economía, ni para la bolsa, ni para los consumidores, ni para los ahorradores. Como en las inversiones, no hay que dejarse llevar por el pánico y confiar en una rápida salida. No obstante, la negociación se complica aún más porque el precio del petróleo, lejos de moderarse, ha roto ya la barrera psicológica de los 130 dólares y parece encaminarse a los 140.

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