La vida secreta de Beatriz Montañez

Tras cinco años viviendo en una cabaña de piedra, la expresentadora regresa a la civilización convertida en escritora. Y de las buenas

Cada vez que un presentador de televisión anuncia que ha escrito una novela, un crítico literario dobla su dosis de sintrom. Y, aun así, los hay que acaban en el hospital.

Los famosetes de la pequeña pantalla publican libros porque saben que la gente que no lee los comprará y, como en España el índice de lectura es más bajo que la graduación de una cerveza, sus productos se convierten en best sellers con una facilidad pasmosa.

Pero los lectores de verdad, me refiero a los cuatro gatos que en este país aman realmente la literatura, no se acercan a esos ejemplares ni por asomo o, en todo caso, lo hacen porque necesitan una falca para la mesa del comedor.

Sin embargo, en algunas ocasiones, y por extraño que parezca, llega a las librerías un título firmado por alguien procedente del mundo de la televisión que, ¡atención!, merece la pena ser leído.

Es el caso de Niadela (Errata Naturae), un diario de campo escrito por Beatriz Montañez, a quien muchos de ustedes recordarán por la época en la que copresentó los programas El intermedio (La Sexta) y -más efímero- Hable con ellas (Telecinco).

Del oropel televisivo a la naturaleza

Montañez desapareció de la vida pública porque se hartó de tanta tontería y no fueron pocos los periodistas que escribieron artículos preguntándose a dónde había ido.

Pues bien: ahora lo sabemos. Porque en Niadela, la expresentadora cuenta que, hace ahora cinco años, sintió un enorme vacío existencial y que, necesitada como estaba de curar la ‘herida’ que creía tener en su interior, decidió mandarlo todo al garete para iniciar una nueva vida en soledad.

De manera que, siendo una de las profesionales más conocidas del universo televisivo, cogió la mochila y se fue a vivir a una cabaña de piedra -sin luz, sin agua, sin ningún ser humano en veinticinco kilómetros a la redonda- con la intención de aprender a vivir en armonía con la Naturaleza y de escribir un libro que tuviera realmente profundidad.

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Bautizó a su guardia como Niadela -acrónimo de otras palabras que prefiere no desvelar- y se encerró entre sus cuatro paredes para hacer aquello que todo escritor ha de hacer si quiere salir airoso de su empresa: aislarse.

“Lo que me ocurrió fue que entré en una crisis vital que llenó mi cerebro de confusión -nos cuenta Montañez-. De repente necesitaba comprenderme a mí misma y, para conseguirlo, me aparté de todo y me dediqué a leer y a escribir. A partir de ese momento, mis compañeros fueron los animales y Hermann Hesse, Thomas Wolfe, Henry Thoreau, Rainer Maria Rilke, Ted Hughes…”.

‘Nature writing’

Sí, Beatriz Montañez sustituyó los focos de los platós por las 127 velas con las que actualmente ilumina su casucha de labriego. Y se puso a escribir.

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Terminó dos manuscritos, Lo salvaje y Metamorfosis, “pero me parecieron mediocres y decidí guardarlos en un cajón. Necesitaba encontrar mi propio lenguaje, uno que me permitiera profundizar en las cosas, generar descripciones abismales, localizar sinónimos visualmente potentes…”. Y entonces se puso a redactar Niadela, un diario en el que la autora relata no sólo sus esfuerzos para integrarse en el entorno, sino también su lucha interior. Así pues, nature writing en su máximo esplendor.

El lector que se acerque a este libro se encontrará con una Montañez que llora al descubrir a dos cuervos adultos graznando ante el cadáver de su polluelo o que trata de ganarse la amistad de una zorra que ronda su cabaña.

Pero también que se rebana el pulgar con una sierra eléctrica, lo recoge del suelo, se lo engancha de nuevo y corre al hospital para que se lo cosan.

Y que sale a pasear por la orilla del río y se horroriza ante la visión de las botellas de plástico que flotan en su superficie tal que si formaran una escuadra de detritos humanos.

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“Ahora, cada sábado bajo al río con una escoba en cuyo extremo he enganchado un tenedor y, como si fuera una diosa con un tridente, recojo la basura con la que la sociedad ensucia en entorno -nos explica-. Cuando vives en plena Naturaleza, te das cuenta del poco respecto que tenemos hacia el mundo en que vivimos".

"Nos creemos seres superiores con derecho a hacer lo que nos plazca y no nos hemos dado cuenta de que no hay ningún planeta de recambio. Esta es nuestra casa y la estamos destrozando”.

Pero, al tiempo que Montañez nos muestra su proceso de adaptación al entorno rural donde lleva viviendo cinco años -y que no parece que vaya a abandonar cuando menos en un periodo corto de tiempo-, la autora abre su corazón y revela el modo en que la muerte de su padre -sucedida cuando ella contaba cuatro años- transformó su vida.

“Mientras iba redactando las entradas de Niadela, he ido escribiendo otro libro en paralelo que he titulado La ausencia –comenta-. Pero me he dado cuenta de que debo reescribirlo. No ha alcanzado la calidad que busco, así que invertiré unos cuantos años más en su finalización. No pararé hasta conseguir aquello a lo que aspiro”.

Beatriz Montañez ha sustituido el oropel de la televisión por el sueño literario y, qué quieren que les diga, su actitud ante la vida es ahora tan noble que merece toda nuestra admiración.

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Por Álvaro Colomer
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