Zapatero, el enemigo número uno de Salgado

Malos principios dicen que quieren los gitanos para sus hijos. Mejor empezar torcido para terminar en el camino recto. Y[…]

Malos principios dicen que quieren los gitanos para sus hijos. Mejor empezar torcido para terminar en el camino recto. Y malos principios son los de la recién llegada Elena Salgado al Ministerio de Economía. Lo suyo es como estrenar piso y sin tiempo de colgar las camisas en el armario descubrir que las tuberías están rotas, que las grietas de las paredes amenazan ruina y que los ruidos son insoportables. Más de lo que le habían dicho, se quiere decir, porque a pesar de verse sorprendida por las cifras de paro de marzo -"son peores de lo esperado", dijo la semana pasada tragando quina en el estreno menos soñado posible en una presentación de datos de empleo- a la ministra Salgado le sobran datos sobre el embolado en que se ha metido.

 

Lo que no es tan seguro y sí extraordinariamente dudoso es que sea capaz de sacar la sobredosis de independencia que le va a hacer falta para recuperar la pérdida de credibilidad del Gobierno en materia económica. Dicen sus críticos que es una recién llegada, que le faltan horas de vuelo y currículum en la cosa económica y que el toro es demasiado grande para ella.

Lo mismo podríamos decir en estas líneas de un tal Barack Obama, flamante presidente de los Estados Unidos y la gran esperanza negra para sacar al mundo del atolladero. En experiencia le gana casi cualquiera, pero en credibilidad, no. Tiene un plan, lo ejecuta, y toca muchas fibras sensibles cuando pone sobre la mesa el discutible plan de rescate bancario, pero también el asunto de Cuba o el de las torturas. Tiene las manos libres. Salvando las distancias: ¿Las tiene Salgado para hacer lo que hay que hacer y decir que no cuando hay que decir que no?

He aquí la cuestión. Siempre en la segunda fila durante los gobiernos de Felipe González y luego en la empresa privada, ha sido el presidente Zapatero su gran valedor, el hombre que primero la nombró ministra de Sanidad y Consumo, luego de Administraciones Públicas y ahora de Economía. Es, hablando en plata, la antítesis de un Pedro Solbes o, más aún, del gobernador Fernández Ordóñez, hombres curtidos en mil batallas y con un label de independencia más que demostrado. Tipos que, si viene al caso, dicen lo que les da la gana cuando les da la gana.

Esta es la asignatura pendiente de la ministra, que con la cartera que más quema entre las manos sabe que va a recibir estopa y de la buena desde la oposición y... desde el Gobierno si es que le diera por saca brillo a los galones. Cuidado, no vaya a acabar siendo devorada por el padre Saturno, como en el célebre cuadro de Goya.

Inteligente y muy intuitiva, según quienes la conocen en las distancias cortas, a estas horas Elena Salgado ya sabe que para dar un giro a la situación económica del país hay que atravesar el desierto con media cantimplora. De Salgado -por desgracia- no se esperan salidas de tono y sí ese tono entre optimista y autocomplaciente que destila un gobierno sin ideas y acosado por unas elecciones europeas que llegan en un momento crítico. Dicho de otra forma, no debemos esperar que Salgado sea un contrapeso al mensaje oficial y hasta hoy errático del vértice de la pirámide del Gobierno.

Apoyandónse en las creencias gitanas, pensará Salgado que cuando se toca suelo sólo se puede rebotar. Pobre consuelo cuando el fondo que había pronosticado el propio Gobierno -en térnimos de desempleo sobre todo- ha sido perforado continuamente por la puñetera realidad. O se plantea hacerle la cama al jefe, que sigue anclado en su defensa a ultranza de las políticas sociales mientras Gobierno, patronal y sindicatos son incapaces de trazar una hoja de ruta, o su paso por Economía se quedará en una foto y dos líneas de curriculum. En situaciones como la que atraviesa la economía española, sólo queda el recurso del puñetazo en la mesa. Y este no es Gobierno de pegadores. Lo suyo es la finta y la defensa sobre los pies. La cosa es ganar tiempo.

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