Una historia de la arqueología española a través de 150 tesoros

El tiempo en el que los arqueólogos vestían traje y chaleco mientras excavaban en el suelo resulta hoy un contraste[…]

El tiempo en el que los arqueólogos vestían traje y chaleco mientras excavaban en el suelo resulta hoy un contraste exótico y rudimentario en comparación con la actual generación de profesionales, auténticos miembros del Ministerio del Tiempo, que analizan los materiales de forma milimétrica. «Tenemos la generación mejor formada de nuestra historia y con gran proyección en el extranjero. La arqueología española está en plena efervescencia», recuerda Andrés Carretero Pérez, director del Museo Arqueológico Nacional.

Los 150 años que separaban ambas formas de trabajar es el motivo central de la exposición con la que el Museo Arqueológico Nacional -creado el 20 de marzo de 1867- quiere poner la guinda a las actividades de su aniversario. 150 años, a través de 150 piezas originales procedentes de 70 museos e instituciones de toda España.

El descubridor científico de las pinturas de la Cueva de Altamira, considerada la Capilla Sixtina del arte rupestre, se topó con la negativa de los jerifaltes internacionales de la Prehistoria, encabezadas por Gabriel de Mortillet y Cartailhac, a creer que fueran obras de un hombre de aquel periodo

«Lo más fascinante que tiene este país es su riqueza y su diversidad cultural. Con esta muestra podemos ver por primera vez un flash histórico de la arqueología española, la forma en la que se ha estudiado este patrimonio», asegura Gonzalo Ruiz Zapatero, comisario de la exposición «El poder del pasado. 150 años de arqueología en España». Desde hoy hasta el 1 de abril, se podrá visitar una exposición que analiza por primera vez la evolución de esta ciencia en España. Su punto de partida es el del propio museo. El 21 de marzo de 1867 apareció publicado en la Gaceta de Madrid (antiguo BOE) el Real Decreto por el que se creó el Museo Arqueológico Nacional y se regulaba la red de museos regionales. Una chispa que prendió la disciplina y separó la paja del grano, esto es, a los científicos de los anticuarios.

Esos años fundacionales fueron, sobre todo, la historia de una serie de pioneros que se abrieron paso en una sociedad poco propicia y una comunidad internacional dominada por arqueólogos alemanes, franceses e ingleses. Más Quijote que Indiana Jones, Marcelino Sanz de Sautuola fue uno de ellos. El descubridor científico de las pinturas de la Cueva de Altamira, considerada la Capilla Sixtina del arte rupestre, se topó con la negativa de los jerifaltes internacionales de la Prehistoria, encabezadas por Gabriel de Mortillet y Cartailhac, a creer que fueran obras de un hombre de aquel periodo. «Él se enfrentó a todos no por una intuición, sino usando razonamientos científicos», apunta Ruiz Zapatero. Hasta años después la comunidad de arqueólogos no aceptó sus teorías, al punto de que su principal crítico, Cartailhac, publicó solo tras su muerte el texto «Mea culpa d?un sceptique», reconociendo su equivocación y proclamando su admiración al cántabro.

Ley de Excavaciones

La exposición recorre a través de tesoros de la memoria material de España, tales como la Nueva Tabla de Osuna (la ley más antigua de España), el Mitra tauróctono o el Ídolo de Tara, las tres grandes etapas de la arqueología patria. De los pioneros combativos como Sanz de Sautuola, se pasó a partir de 1912 a la consolidación de esta disciplina. «Hasta esa fecha tú excavabas y lo que encontrabas te lo podías llevar a casa. No había ninguna legislación», señala Carretero Pérez.

Como el Santo Grial de los arqueólogos españoles, la Ley de Excavaciones fue largamente demandada y, una vez en curso, delimitó el campo de actuación de aficionados, coleccionistas e historiadores extranjeros, sobre todo franceses y alemanes, que clavaban sus palas sin preguntar a nadie. Lo que ocasionó situaciones tan bochornosas como la compra de la Dama de Elche por el Louvre en 1897.

Claro está que el surgimiento de una primera legislación no frenó a los ladrones del patrimonio cultural. Incluso ahora la lucha no admite treguas. «Nuestra legislación es muy proteccionista en este sentido. La Administración ha ido dando pasos de gigante; el último ha sido incorporar a los agentes forestales en la vigilancia del patrimonio», afirma Luis Lafuente Batanero, director general de Bellas Artes y Patrimonio Cultural.

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«No tenemos datos»

La Guerra Civil dio rienda suelta a los expoliadores y finiquitó el desarrollo enérgico de la arqueología. La última etapa de esta disciplina en España es responsable de los «grandes catedráticos», que a partir de los años cincuenta del siglo XX crearon unas sólidas bases para la arqueología profesional.

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La única china en el zapato de esta nueva edad edad de oro de esta disciplina deriva, como en otras muchas cosas, de la decisión de delegar a las autonomías las competencias. No quedó en la Administración central ninguna oficina para canalizar el trabajo. De ahí que, como apunta Ruiz Zapatero, «no se cuente con cifras precisas de la totalidad de investigaciones y yacimientos en marcha en la actualidad. Simplemente, no tenemos datos».

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