Payasos terroríficos que se han quedado sin gracia

Es como si Pennywise, el famoso protagonista de la película It, inspirada en el libro de Stephen King, hubiese cobrado[…]

Es como si Pennywise, el famoso protagonista de la película It, inspirada en el libro de Stephen King, hubiese cobrado vida, de repente. O como si Horny y el muñeco Krusty, junto al anterior -los tres payasos asesinos más conocidos de la historia del cine- se hubieran puesto de acuerdo para salir de la pantalla y darse un atracón de sustos en Estados Unidos. Un fenómeno terrorífico de avistamientos y sucesos que se ha acentuado ante la llegada, el próximo lunes, de la fiesta popular de Halloween y que ha saltado con furor a Europa.

Aunque contribuya a expandirla como si fuera pólvora, esta vez no se puede culpar a internet del origen de la nueva ola de amedrentamiento que sufre el país americano. La moda de disfrazarse de payaso diabólico y asustar al prójimo surge de manera cíclica cada cierto tiempo desde que Hollywood y sus satélites hicieran famosos a algunos de estos personajes. La última escalada psicótica registra denuncias en cuarenta de los cincuenta estados del país. Hasta el momento, el resultado ha sido un puñado de detenciones sin mayores consecuencias y un sinfín de vídeos colgados en redes sociales y YouTube, difundidos a través de la etiqueta inglesa «gags» («chiste» y «mordaza» en castellano, una analogía perfecta de este fenómeno conocido como «creepy clowns» o «payasos terroríficos»).

El origen de la moda

El epicentro de esta nueva sacudida virtual se sitúa en Greenville, una pequeña población de Carolina del Sur, a finales del pasado mes de agosto. Un niño corrió asustado hacia su madre asegurándole haber visto dos payasos en el bosque. Según su relato, uno llevaba una «espantosa» peluca roja y el otro, una estrella negra pintada en su cara. Ambos le susurraron algo. Días de búsqueda no hallaron rastro alguno de los acosadores. Pero la difusión de la noticia ya había extendido el virus del miedo a la vecina Georgia. En el tranquilo pueblo de Milledgeville, unos niños denunciaron que tres payasos se les habían aparecido para asustarles. Poco después, una mujer aseguró haberlos visto cuando ponía gasolina a su coche. El sheriff entonces tomó cartas en el asunto y ya no hubo freno para la epidemia.

Poblaciones de Carolina del Norte, Florida, Pensilvania, Wisconsin, Nueva York, Kentucky descubrieron a presuntos acosadores o autores de bromas pesadas. En medio de la creciente psicosis, en este último estado, en el municipio de Middlesboro, se llevó a cabo la primera detención de una persona disfrazada de payaso. No porque hubiera llevado a cabo agresión o intento alguno, sino por el ocultamiento del rostro, que en algunos estados del país es un delito, aunque sea menor.

El temor de los vecinos en Estados Unidos ha llevado también a situaciones casi cómicas. En Kentucky, concretamente en Bardstown, un hombre disparó varias veces al aire después de que su esposa le hubiera alertado de que andaba por la calle «uno de esos payasos horrorosos». La realidad descartó esa versión y mostró a una señora que había salido a pasear tranquilamente a su perro.

En Texas y en Alabama, se han producido ya cierres de algunos colegios, a raíz de denuncias vecinales. En algunos lugares, incluso, como ocurrió en la localidad de Orem, en el estado de Utah, la Policía ha tenido que advertir que «es ilegal disparar contra los payasos».

La crecida del imaginario río de inseguridad ha llegado también a la Casa Blanca. En una de las recientes comparecencias ante los periodistas, su portavoz, John Earnest no quiso chapotear en terreno pantanoso, pero lanzó una leve advertencia: «Es una situación que las autoridades locales se toman con seriedad y que deben revisar cuidadosamente y a fondo si perciben amenazas para la seguridad de la comunidad, pero deben hacerlo con prudencia».

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Hasta el propio escritor Stephen King se han mostrado en contra del fenómeno de los «payasos asesinos». La mala imagen de los payasos ha afectado, incluso, al marketing de compañías como McDonalds, que ha preferido no mezclar a su célebre Ronald, el anunciador de su comida rápida, con esta conmoción colectiva, y lo ha ocultado en el cajón hasta que pase la mala racha.

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Aparcar el disfraz del lunes

Los «creepy clowns» han llegado a los campus universitarios, donde los estudiantes, ávidos consumidores de fotografías y vídeos en redes tan visitadas como Instagram, temen que la celebración de Halloween el próximo 31 de octubre, una de las noches más festivas en Estados Unidos pero también más propicias, por el componente de miedo al que contribuyen los disfraces en la noche de los muertos, esté llena de sobresaltos.

Autoridades y comunidades universitarias han pedido que se deje aparcado, por este año, el disfraz de la controversia y se teme, incluso, una oleada de ataques sexuales en los campus. Una plaga similar a la que sacudió la pasada Nochevieja en ciudades como Colonia y que está siendo abordada con especial seriedad por parte de las fuerzas policiales. En la vecina Canadá, la Policía de Toronto inició el 6 de octubre una investigación después de que el grupo «Clowns in the 6» (»Payasos en el 6») amenazara a través de medios sociales a varios colegios de la ciudad.

Y la moda no se ha detenido ahí. Podría ser fugaz, como lo fue en los años 1981, 1991 y 1997, cuando se avivó al socaire del estreno de algunas de las películas con estos protagonistas de la risa pintada, pero lo cierto es que ha traspasado fronteras. Reino Unido y Francia han alertado del «efecto contagio» que se registra en sus países. En la Sarre, región fronteriza de Francia y Luxemburgo, una persona disfrazada de payaso asustó a los pasajeros de un tren con un cuchillo.

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Alemania, Suecia y también España secundan una tendencia que, con ingredientes cinematográficos y mediáticos, es poco graciosa.

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