Obsesionados con la deflación

El Banco Central de China ha recortado el coeficiente de reservas en medio punto, una medida que muchos esperábamos ante[…]

El Banco Central de China ha recortado el coeficiente de reservas en medio punto, una medida que muchos esperábamos ante la combinación de renovada debilidad de los indicadores macro (cualitativos) como por la continua caída de la tasa anual de inflación. A principios del año podríamos ver una inflación incluso por debajo del 1 por ciento en China, el menor nivel de los últimos años. ¿Un caso excepcional? Recorte en los tipos de interés del Banco Central de Australia, precisamente argumentado entre otras cosas por el deterioro de las perspectivas de inflación. En Europa todo apunta a que los precios de consumo podrían acelerar su caída anual en los primeros meses del año, algo que hasta el propio Weidmann del Bundesbank ha interpretado que no es sólo achacable a la caída de los precios de la gasolina. En Japón también esperamos niveles casi nulos en la inflación core a mitad ya del año (recuerden que coincidirá con el efecto escalón de la subida de impuestos un año atrás). Y hasta la propia Fed ha contrarrestado su optimismo sobre la recuperación económica, ante la menor inflación a corto plazo. Como ven, la evolución de la inflación a la baja preocupa mucho a «todas» las autoridades.

Las economías norteamericana y la británica podrían ya estar creciendo por encima del 3 por ciento, un ritmo que probablemente superen durante este año. ¿De verdad es razonable esta inquietud de sus autoridades por el impacto de un shock en los precios del crudo? Cuando valoramos la inflación tendencial eliminamos el efecto de los precios del crudo y de los alimentos sin elaborar, considerándolos demasiado erráticos. De nuevo, ¿tiene sentido que los bancos centrales de estos dos países inclinen la balanza hacia el riesgo de baja inflación frente al potencial perjuicio derivado de una política monetaria demasiado laxa? La inflación, como fenómeno monetario que es, debería responder con el tiempo a unas condiciones financieras expansivas extremas. Y en un contexto de rápido ajuste del «output-gap», los riesgos derivados de excesos en política monetaria son incluso mayores. 

Pero, ¿qué pasa con el resto de los países? Con muy contadas excepciones, la mayoría de los bancos centrales de países en desarrollo y desarrollados consideran que la principal amenaza a combatir a corto plazo es la deflación. Entre las excepciones más recientes está la del Banco Central de Nueva Zelanda, que valora el impacto de la caída del precio del crudo como algo temporal y muy positivo para la economía. De esta forma, pone más énfasis en el carácter preventivo de la política monetaria para luchar contra los riesgos inflacionistas a medio plazo. Sinceramente, una argumentación que suena extraña en un mundo como el actual. En nuestra Europa, el presidente del Bundesbank también advierte sobre el carácter temporal de la caída de los precios del crudo aunque al mismo tiempo matiza que el desapalancamiento en muchas economías del área puede seguir presionar a la baja los precios. Sí, en la zona euro el riesgo de deflación es más acusado que en otros países precisamente por los ajustes estructurales necesarios para hacer viable el euro a medio plazo. Pero, ¿y las economías emergentes? Hay un poco de todo, pero en muchos casos utilizan el argumento de la desinflación para recortar tipos buscando realmente una mejora de la competitividad vía tipo de cambio. Naturalmente, la depreciación de la moneda también es válida para luchar contra la desinflación. 

Considerando todo lo anterior, ¿qué reacción hubieran adoptado los bancos centrales si los precios del crudo no se hubieran derrumbado? Hemos tenido una mínima aproximación para responder a esta cuestión en los últimos días, con los precios del petróleo al alza un 20 por ciento. La reacción de los mercados ha sido positiva.

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