No solo la hora

Comienza un curso, que, en España y en toda Europa, puede traer cambios ciertamente más sustantivos que el de los[…]

Comienza un curso, que, en España y en toda Europa, puede traer cambios ciertamente más sustantivos que el de los husos horarios. Aquí, el debilitamiento de la expansión, con la incertidumbre presupuestaria añadiéndose a los riesgos bajistas que provienen de fuera, coincidirá con sucesivas entregas de acontecimientos en Cataluña, donde un largo conflicto político se ha desdoblado en grave conflicto social, al borde mismo de «una sociedad rota». Y en Europa, más que la ralentización en la eurozona y más que las turbulencias geopolíticas a escala global y las que afectan particularmente a los mercados emergentes, también un problema político de gran calado ocupará el escenario.

Miremos hoy ahí. Europa tiene ante sí otro año crucial. Como prólogo, las tensiones xenófobas recrudecidas en Alemania, con epicentro en la ciudad sajona de Chemnitz, y las encendidas proclamas de igual signo y abiertamente enfrentadas a Bruselas por parte del vicepresidente italiano, Salvini, y del presidente húngaro, Orban, con ocasión del encuentro de ambos hace unos pocos días en Milán. Un significativo preámbulo para los intensos meses que desembocarán a finales de mayo de 2019 en las elecciones al Parlamento Europeo, cita tantas veces antes anodina pero que ahora se prevé clave para el devenir de la propia UE.

Puede serlo, efectivamente, si el radicalismo anti-inmigración y anti-Europa logra una alta representación en la Eurocámara. La xenofobia es el alimento que nutre toda suerte de partidos y asociaciones que comparten esas banderas en muy distintos países. Y su coordinación ya está en marcha, con el estímulo adicional que proporciona el desembarco en este lado del Atlántico de un confeso agitador: el que fuera principal colaborador de Trump, Steve Bannon, con declarado propósito de aglutinar todas las fuerzas nacionalpopulistas que, como primera o segunda derivada, se proponen volver a una Europa dividida de Estados-nación «con sus propias identidades y sus propias fronteras». Determinación no les falta: «el mes de mayo del 2019 va a ser enormemente importante para Europa», declaraba hace apenas mes y medio el propio Bannon en Londres al terminar un encuentro con una nutrida representación de la ultraderecha europea, en la que quizá hubo codazos para ocupar la mesa presidencial: franceses e italianos, polacos y húngaros, holandeses y suecos, austriacos y finlandeses... La incapacidad de los gobernantes europeos para aplicar una política migratoria común está actuando como disolvente enérgico de cohesión y valores compartidos, con un potencial destructivo tan grande o mayor que el de la crisis del euro. Quienes ansían la demolición del edificio tan pacientemente levantado parece que lo tienen claro. 

Urge, por eso mismo, encontrar pronto una respuesta eficaz: una estrategia concertada para hacer frente a lo que será, sin duda, una ofensiva en toda regla. La cumbre de Salzburgo el próximo 20 de este mes de septiembre debería al menos emitir señales positivas que dibujen un horizonte esperanzador. La referencia a Burke, el escritor y político conservador británico del siglo dieciocho, es una vez más obligada: para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada.

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