«No olvidaré en la vida aquellos ojos sin alma, creí que me iba a matar»
El Comercio se reúne con María a la salida de las clases de defensa personal a las que asiste y[…]
El Comercio se reúne con María a la salida de las clases de defensa personal a las que asiste y con las que quiere adquirir habilidades para poder responder a un posible ataque. Como el que sufrió la madrugada del 14 de marzo de 2017 cuando se dirigía a su puesto de trabajo como empleada de la limpieza. Con la ropa de faena y con su coche detenido en un semáforo. «Fue todo un cúmulo de casualidades malas, pero la vida es así: no me había acordado de echar el cierre de las puertas, estaba todo muy oscuro y el semáforo estaba en rojo».
«No sé de dónde apareció. No vi ni su sombra. Se abrió la puerta del copiloto y entró como un animal, me puso un pincho en el cuello y me dijo: 'Venga, conduce'. Me empezó a temblar todo el cuerpo y me quedé completamente bloqueada», recuerda. El agresor -«muy joven, podía ser mi hijo», explica María- la obligó a dirigir el coche hasta Nuevo Roces, muy cerca de donde luego se supo que él vivía con su madre. «Me dijo: 'entra en ese descampado hasta el fondo'. Yo entonces ya me puse en lo peor...», añade.
El impulso de supervivencia le hizo desasirse del cinturón de seguridad y saltar del coche en marcha. Pero de nuevo, la mala suerte: «Eché a correr y cuando ya estaba muy cerca de la carretera resbalé con la gravilla y me caí al suelo. Si no llega a ser por eso, a lo mejor me libro...». Pero no. El atacante, dispuesto a no dejar escapar a su presa, tiró del freno de mano y se apeó rápidamente. «Me agarró de los pelos y me arrastró varios metros hasta el coche otra vez. Estuve dos meses sin poder mover el cuello del dolor», relata. Dentro de su propio vehículo, que se convirtió en un infierno y del que se desprendió poco después, la encerró durante una hora. La violó tres veces. Primero en los asientos de delante y luego en los de detrás. «Me decía, venga, mujer, pon un poco más de efusividad. Fue horrible...», relata entre lágrimas al verbalizar el sufrimiento al que fue sometida.
«Fue una hora que me pareció una eternidad, durante todo ese tiempo solo le pedía a mi padre y a mi madre que desde el cielo me ayudasen», abunda. Pero lo peor, y lo que más difícil le está resultando digerir, fue el momento en el que el agresor «se cansó, me miró directamente y me dijo: bueno, ¿y ahora qué hago contigo que me has visto la cara? No olvidaré jamás aquellos ojos sin alma. Creí que me iba a matar».
María optó entonces por intentar convencer al violador de que no lo iba a denunciar: «Le decía, venga, que yo me tengo que ir a trabajar que ya llego muy tarde, te dejo en coche donde me digas y queda todo olvidado, no tengo tiempo ni para denunciar ni nada que tengo muchas cosas que hacer».
El atacante accedió, no antes de sacar su propio teléfono móvil y grabarla mientras que le preguntaba si había disfrutado de «las relaciones sexuales».
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