Ley Beckham: los futboleros se ponen nerviosos; los ejecutivos, no tanto

El contraste es brutal. Mientras que el mundo del fútbol ha puesto el grito en el cielo por la nueva[…]

El contraste es brutal. Mientras que el mundo del fútbol ha puesto el grito en el cielo por la nueva fiscalidad para los extranjeros que ganan más de 600.000 euros con amenaza de huelga incluida, los otros grandes damnificados -sobre todo los grandes ejecutivos- se lo han tomado con una deportividad extraordinaria.

Ni una voz más alta que otra se ha oido en el mundo empresarial y financiero, bastante más ágil, refinado y prágmatico que el futbolero, que en los últimos años nos ha ofrecido algunas demostraciones de incompetencia dignas de ser estudiadas en las escuelas de negocios. No se crean que a las empresas españolas les trae al pairo que a sus directivos/as extranjeros internacionales les metan la mano en el bolsillo. Ni mucho menos, pero a estas horas ya han descontado más que de sobra lo que no les van a tocar en otras zonas de alto riesgo.

Por ejemplo y sobre todo, la tan manida fiscalidad -y otras trampas, claro- de la sicav. Comparado con el ataque de nervios que hasta hace unas semanas reinaba en nuestras entidades financieras con la posibilidad de que muchos de nuestros ricos tuvieran que devolver lo que han dejado de pagar con incumplimientos de legislación flagrantes los últimos años, lo del ataque a la Ley Beckham es una broma.

Hay quien se ha puesto de lo más agorero y especula incluso con la muerte de Madrid como centro financiero y hasta quien dice que habrá fugas de talentos en ámbitos como el cultural o el científico. Que nos den nombres, por favor, porque esa realidad no nos cuadra en un país que hace mucho tiempo ya que se abonó al "que inventen ellos" de Ortega. Si tienen dudas, consulten los presupuestos de 2010.

Y respecto a nuestras aspiraciones a City ahora que a Londres le tiemblan las piernas, conviene no olvidar que la Ley que ahora se retoca es de 2004 y antes, mucho antes, ya en la década de los noventa del siglo pasado, directivos franceses, alemanes y hasta japoneses se partían la cara por venir a España y encabezar los numerosos proyectos empresariales que nacían en en país. Les atraía más el buen tiempo y la buena comida que un salario más competitivo que en Londres -entonces rey indiscutible de la Europa de los negocios-, Francfort y París. ¡A ver si va a resultar que en esta España sin modelo productivo alternativo al inmobiliario y con la tasa de paro más alta de Europa los sueldos son mejores que en las grandes locomotoras europeas! Ni ahora ni nunca, faltaría más.

No basta con una fiscalidad laxa para atraer inversiones y talento. Si fuera así, los grandes estados europeos estarían compitiendo a ver quien ofrece el caramelo más grande y más rico. Y aun aplicando unas condiciones mejores, hay riesgos. Que le pregunten a Irlanda, una de las envidias del Viejo Continente junto a España por sus desmesurados crecimientos del PIB antes del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, convertida en domicilio fiscal de toda la gama de productos financieros, del más blanco y trasnparente al más negro y opaco.

Lo de los futboleros es otra historia. La Liga de Fútbol Profesional (LFP) ha amenazado con parar la competición, incluso. Suponemos que también se pondrá delante de la pancarta el día que -ya veremos si llega- los sindicatos llamen a la ciudadanía a la movilización pon un quítame allá estos impuestos. Porque a los curritos que llevan cotizando los últimos cinco años no les van a mantener la misma fiscalidad que la vigente como a los futbolistas extranjeros que juegan en nuestro país -la medida no es retroactiva y se aplicará a partir del 1 de enero-.

En un país con casi cuatro millones de parados y una subida de impuestos ya bendecida en el Parlamento conviene ser decente y además parecerlo. Y se empieza por ser sólo un pelín solidario y, si es posible, por no decir tonterías, máxime en estos tiempos de restricción crediticia y concursos de acreedores en los que un deporte como el fútbol no aguantaría la auditoría más rudimentaria. A aguantar el tirón toca, como todos.

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