Europa, 26-M

Todos los observadores han coincidido: en la larga campaña que ha precedido a los comicios de abril, las cuestiones internacionales[…]

Todos los observadores han coincidido: en la larga campaña que ha precedido a los comicios de abril, las cuestiones internacionales o de alcance global han estado «clamorosamente ausentes». Invitaría a pensar que nada extramuros nos pudiera afectar y que la política exterior fuera un mero apéndice prescindible en el día a día del gobierno de España. Inexistente, parecería, lo que queda más allá de nuestros estrictos lindes nacionales. Europa incluida. Un «olvido» que probablemente se repetirá en estas semanas, dada la simultaneidad aquí de las elecciones a la Eurocámara con las del ámbito local y autonómico. Si en el turno de los grandes temas generales todo lo que no sea muy cercano «política de campanario», decían nuestros mayores se ha ignorado, ahora lo interno, lo doméstico ocupará el escenario. Como si de un país efectivamente «subalterno» se tratara. Como si estas elecciones parlamentarias europeas no tuvieran especial trascendencia.

Conviene rebatir ambas suposiciones. Por una parte, España tiene al alcance jugar un papel relevante en la UE al combinarse tres circunstancias: primera, la salida del Reino Unido; segunda, el desapego de Italia, liderando de hecho el frente populista más ruidosamente eurófobo; tercera, y no banal, el buen desempeño comparativo de la economía española durante los últimos ejercicios. De modo que, aún siendo hoy, por tamaño, la 5ª economía del club, puede pasar a ser el socio preferido por Alemania y Francia para relanzar el proyecto europeo en los próximos años. Una magnífica oportunidad que debía de estar muy presente en las propuestas de nuestros líderes.

La importancia de las ya inminentes elecciones europeas es, por otra parte, innegable. Se viene repitiendo por activa y por pasiva; por quienes apuestan por fortalecer la arquitectura y la ambición de la UE, pero también y sobre todo por quienes, desdeñando lo conseguido, quieren aprovechar los escaños de Estrasburgo para dar marcha atrás y regresar a una Europa de las fronteras: la «Europa de las Naciones Libres», según la retórica eufemística de Matteo Salvini y Steve Bannon. De ahí que no sean pocos los que ven en las elecciones del 26 de mayo un referéndum sobre el futuro de la UE. Creyentes frente a ateos beligerantes, no solo agnósticos. 

Elecciones transcendentes las que van a dar paso a la 9ª legislatura del Europarlamento, cuarenta años después de que se introdujera por vez primera el voto directo, libre y secreto para decidir su composición. Y no solo por ese pulso entre partidarios y detractores. También y, sobre todo, subrayemos igualmente porque los principales problemas que plantea a cada país europeo el tiempo que ya ha llegado requiere respuestas a escala continental: migraciones, cambio climático, política exterior y de defensa, proteccionismo comercial, energía, mercados de capitales y fiscalidad, desafío tecnológico y ciberamenazas, déficit democrático y calidad institucional. Cooperación cada vez más estrecha, o automarginación. Ágnes Heller lo ha descrito sin tapujos: es «la última oportunidad» que tiene Europa «de seguir siendo un actor política y culturalmente decisivo en la escena mundial. Si la Unión fracasa, Europa tendrá un pasado, pero no un presente y menos aún un futuro. Se transformará en un museo». O en un parque temático, que suena más suave.

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