El «cuento chino» liberal del presidente Xi Jinping

Más allá de la ideología, salta a la vista por una mera cuestión de formas que el mundo parece haberse[…]

Más allá de la ideología, salta a la vista por una mera cuestión de formas que el mundo parece haberse vuelto loco con la subida al poder de Donald Trump, el recién instaurado presidente de Estados Unidos. Tras ganarle por sorpresa las elecciones a la candidata demócrata, Hillary Clinton, el nuevo inquilino de la Casa Blanca se ha apresurado a poner en marcha las medidas más importantes que prometió en su campaña electoral. Curiosamente, un magnate capitalista como Trump, enriquecido al amparo de sus más diversos negocios por todo el mundo, enarbola un discurso proteccionista y contra la globalización que se ha metido en el bolsillo a la clase obrera estadounidense. El motivo es obvio: durante las dos últimas décadas, los trabajadores de las avanzadas naciones occidentales se han visto golpeados por la deslocalización de empresas que han trasladado su producción a los baratos países asiáticos, como China.

Y aquí, bajo un sistema político que se sigue definiendo como comunista, el presidente Xi Jinping se ha erigido en el más firme defensor de la economía de mercado frente al proteccionismo de Trump. Así lo hizo la semana pasada, cuando inauguró el Foro de Davos abogando por «seguir comprometidos con el libre comercio y la inversión y decir no al proteccionismo», y lo ha vuelto a hacer estos días. Nada más sentarse en el Despacho Oval, Trump ha firmado la orden para sacar a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de Libre Comercio (TPP), formado por doce países a ambas orillas de dicho océano. Aprovechando su retirada, Pekín no ha tardado ni un día en mostrarse dispuesto a liderar el libre comercio que antes propugnaba Washington. «China continúa comprometida con promover la integración económica en Asia-Pacífico», aseguró en su comparecencia diaria ante la prensa la portavoz del Ministerio de Exteriores, Hua Chunying. Dejándose querer, el autoritario régimen de Pekín respondía así a la invitación de los demás países del TPP que, con Australia a la cabeza, intentan salvar este proyecto logrando su adhesión.

La situación

El problema es que, como alternativa a tal acuerdo, China está impulsando sus propios foros de libre comercio, que se basan en la reducción y supresión de aranceles más que en las reformas económicas estructurales que preveía el TPP. Como este acuerdo incluía a los servicios y la agricultura y perseguía crear un entorno más justo y competitivo, con mayores controles y sin beneficiar a las empresas estatales, era inasumible para Pekín. Y es que, aunque el presidente Xi Jinping demande más libre comercio, su autoritario régimen político mantiene numerosas restricciones que cierran buena parte de su economía, controlada por monopolios públicos.

En China hay muchos sectores cerrados dominados por empresas estatales, según los expertos

«Existen aún muchos sectores cerrados en los que dominan claramente las empresas estatales, bien con gran participación del Gobierno o incluso siendo total la propiedad», explica a ABC EMPRESA Rafael Galán, analista experto en Asia. Entre dichos sectores, figuran «el transporte, las telecomunicaciones, los medios de comunicación y, sobre todo, el financiero, donde el Gobierno ha dado algunos pasos en los dos últimos años, pero aún tiene que desarrollar su liberalización completa». Para este experto, el motivo es que «dicho sector, que tiene estrechos vínculos con el Gobierno a través de sus cuatro grandes bancos estatales, está proporcionando financiación a las empresas públicas, de manera que, cuando terminan su cuota, hay firmas privadas que en ocasiones no tienen más remedio que buscar dinero en la denominada banca en la sombra, con intereses muy por encima del mercado y sus consiguientes riesgos».

Además, Galán destaca «otros sectores no menos importantes como la minería, la pesca, la producción de petróleo y gas natural, la educación e internet, donde el Gobierno bloquea servicios y aplicaciones». Junto a la censura por motivos políticos, el analista cree que «detrás también parece haber fines comerciales, ya que importantes empresas extranjeras no pueden competir en igualdad de condiciones con las chinas».

Todo ello a pesar de los compromisos para abrir su mercado adquiridos por Pekín tras su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2001. En opinión de Rafael Galán, «está claro que las empresas estatales, sobreprotegidas, están produciendo un efecto de expulsión (crowding-out) de la inversión de compañías extranjeras, y también chinas, del sector privado, de manera que deberían establecerse planes concretos para la liberalización, si no total, al menos parcial, en los importantes y grandes sectores que siguen cerrados o restringidos. Pero en la agenda de este año no parece que esté contemplada esta situación».

Desequilibrios económicos

Como consecuencia de estos monopolios estatales, la economía china sufre graves desequilibrios que lastran su crecimiento, ya de por sí mermado por su cambio de modelo. En lugar de depender, como hasta hace poco, de las exportaciones, la inversión extranjera y el gasto público, el régimen quiere que la economía se base en el consumo privado, con un sector servicios que ya representa el 52% del Producto Interior Bruto (PIB).

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«Aunque está demostrado que la productividad en la mayoría de empresas estatales es inferior a la de las privadas, la inversión en activos de compañías públicas aumentó el año pasado casi un 19%, frente a solo poco más del 3% de incremento del sector privado», advierte Galán, quien recomienda «llevar a cabo cambios que permitan la entrada de nuevos jugadores en el mercado chino».

Como consecuencia de estos monopolios estatales, la economía china sufre graves desequilibrios

Como complemento al discurso ultraliberal del presidente Xi Jiping en Davos, el régimen ha anunciado que reducirá las restricciones a la inversión extranjera en sectores como el financiero, los seguros y la Bolsa para crear un ambiente justo y competitivo entre empresas nacionales y extranjeras, pero sin dar detalles ni plazos concretos. Según informa la agencia Reuters, el Gobierno chino permitirá a las firmas extranjeras cotizar en las Bolsas de Shanghái y Shenzhen y abrirá «de forma ordenada» sectores con restricciones como las telecomunicaciones, internet, la cultura, la educación y los transportes. Además, las autoridades chinas suprimirán total o parcialmente los límites vigentes a la inversión extranjera en la fabricación de equipamiento ferroviario y motocicletas y al procesamiento de algunos combustibles y recursos minerales.

Con la sabiduría que da la experiencia, las empresas extranjeras asentadas en China dudan de estas promesas y se quejan de la lentitud de las reformas y de las draconianas medidas de su reciente ley de seguridad, que dañan sus negocios. En la última encuesta de confianza de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en Pekín, publicada en junio, el 56% de sus empresas se quejaba de que hacer negocios en China se había vuelto más difícil. Entre otras cosas, porque aseguraban ser «tratadas desfavorablemente en comparación con sus rivales domésticos, por la inseguridad jurídica y por la cada vez mayor censura sobre internet».

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Por mucho que diga el presidente Xi Jinping, parece que su liberalismo a ultranza no es más que «cuento chino».

Crecimiento de la economía

Arrastrada por el cambio de modelo y las turbulencias globales, la economía china creció en 2016 un 6,7%, la cifra más baja de los últimos 26 años. Pero esta nueva cifra ha quedado en entredicho tras reconocer la provincia de Liaoning, al nordeste del país, que había maquillado sus cuentas entre 2011 y 2014. Dicha confesión siembra dudas sobre el resto de gobiernos locales de China, donde se sospecha que los funcionarios «cocinan» sus libros de contabilidad para ascender. Desde hace años, se cree que las provincias adaptan sus datos a los objetivos del Gobierno. Para algunos expertos, el crecimiento real de China no llegaría ni al 5%.

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