Ipurúa y el igualismo

En España está en alza el igualitarismo. Pero en su peor acepción: igualando a todos a la baja. Parece legítimo[…]

En España está en alza el igualitarismo. Pero en su peor acepción: igualando a todos a la baja. Parece legítimo proteger a los que han recibido peores cartas en la lotería de la cuna, o tienen menos talento, o se ven volteados por las contrariedades ingobernables de la vida, que nos pueden arrollar a todos. Europa lo resolvió con un extraordinario invento, el colchón del Estado del bienestar, que garantiza sanidad y educación públicas, paga por desempleo y pensiones. Una gran conquista que hoy hace suya también la derecha (de ahí la penuria de la socialdemocracia, que se ha quedado sin el monopolio de su idea-fuerza y ya no se le ha ocurrido otra, salvo su creciente obsesión con las minorías en detrimento de lo que impulsa a los países prósperos, que es la clase media familiar).

En la sociedad española se está produciendo un cambio cultural que tiene bastante que ver con nuestro pecado endémico: la envidia. Crece la desconfianza -o directamente el odio- hacia aquel que triunfa. Se recela del éxito ajeno, que siempre se escruta con una lupa empañada de sospecha. Se desprecia el esfuerzo. Nos cuesta admitir que si una persona alcanza un gran bienestar suele ser porque a un montón de talento le ha sumado un montón de trabajo. El partido comunista-populista Podemos es el epítome de esa manera chata y rencorosa de ver la vida. No buscan tanto que mejoren los de abajo como propinarles una patada en la espinilla a los de arriba, la «casta» retorcida que exprime a la beatífica «gente». No sueñan con una sociedad más rica, sino con una sin ambiciones y subvencionada. Esa subcultura del igualitarismo a la baja tiende a contaminarlo todo. Andalucía es un claro ejemplo, pero hoy vamos a viajar a Ipurúa:

Al Real Madrid, el club con mejor palmarés del mundo, le cayeron ayer tres roscos en Ipurúa, un estadio de 8.000 asientos en un pueblo de 27.300 vecinos. El Eibar aprobó en su última junta un presupuesto de 45 millones. El Real Madrid, uno de 752. El presidente del Madrid, tal vez de modo inconsciente, ha sucumbido al virus igualitario, despreciando alegremente el talento. Cristiano Ronaldo era un chuleta y tal vez un borde, pero bordaba su trabajo. A efectos prácticos es el mejor futbolista del mundo. En el Madrid no bajó jamás de 25 goles por Liga. En sus nueve temporadas marcó 451 tantos, algo inaudito (el famoso Raúl logró 323 en dieciséis temporadas y el mítico Di Stéfano, 308 en once). Pero como hoy en España todos valemos lo mismo, que se largue Ronaldo, que da igual, que ya marcarán los chicharros Benzema, entre una toña de coche y otra; Bale, entre lesión y lesión, y Asensio, que aún no ha empatado con nadie. ¿Y que se va Zidane? Nada. Traemos a Lopetegui, que entrenó al Rayo (y lo echaron) y al Oporto (y lo echaron también). ¿Y que como era de esperar pincha el tal Lopetegui? Naa. Aquí todos somos iguales: ponemos al entrenador del Castilla, que es un fenómeno y además filosofa a lo Valdano.

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Ay, pero como bien percibió el viejo liberalismo, no todos somos iguales. A mi Ronaldo tampoco me cae bien. Ni Hemingway. ¡Pero qué novelas escribía aquel patán!

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