Lo que haga falta

Aunque es absolutamente impensable, pues la elegancia institucional y el respeto mutuo son muy diferentes y no campa por allí[…]

Aunque es absolutamente impensable, pues la elegancia institucional y el respeto mutuo son muy diferentes y no campa por allí ningún makoki arrabalero equiparable a Rufián, vamos a imaginar que los diputados independentistas escoceses abandonan airados la Cámara de los Comunes tras una gresca con el ministro de Exteriores. Pero al pasar por delante del titular del Foreign Office, al que acaban de llamar «fascista» a voces desde su bancada, uno de esos diputados nacionalistas del SNP va y le escupe. El ministro se revuelve airado y denuncia de palabra el salivazo, señalando con gestos al supuesto agresor. ¿Qué habría pasado tras una escena tan cutre y execrable? ¿Los ministros y diputados conservadores se inhibirían? ¿O saldrían en tromba a condenar la agresión a su ministro? Evidentemente, Theresa May -como Macron, Merkel o cualquier líder mínimamente normal- condenaría de inmediato y en los más duros y claros términos tan repugnante agresión, reveladora de una ínfima calaña moral. Además, las relaciones con el partido separatista quedarían rotas.

¿Y qué hizo el PSOE ayer? Pues en buena medida dejar vendido a Borrell. Dolores Delgado, que no pierde ocasión de equivocarse y que tenía a su lado al ministro atacado, tuvo como primer reflejo pedir a Borrell que se calmase, en lugar de defenderlo. Adriana Lastra, que estaba justo detrás de él, se escaqueó diciendo que no vio bien si hubo escupitajo. Grande-Marlaska, que también estaba a un paso, a lo suyo. ¿Por qué tan vergonzantes inhibiciones? Pues porque todos saben que desde que Sánchez llegó a La Moncloa en el Gobierno impera una consigna: pase lo que pase, prohibido molestar a los partidos separatistas que mantienen como presidente a un candidato que había perdido por goleada las elecciones. El Ejecutivo es rehén de quien lo sostiene. Por eso este mismo martes, en la víspera del escupitajo de ERC a Borrell, había pasado lo siguiente: el PSOE se opuso a una moción para evitar los indultos a presos golpistas; anuncio por boca de Celaá que dará barra libre a la Generalitat para acabar con el español en sus escuelas; y se abrieron seis nuevas «embajadas» catalanas con el consentimiento silente del Gobierno. Ayer, ya tras el ataque a Borrell, otro concesión más a los socios separatistas: destitución fulminante del abogado del Estado que se había atrevido a proponer delito de «rebelión» para Junqueras y compañía.

Un par de horas después del acoso de ERC a Borrell, Sánchez dio por fin señales de vida. Lo hizo vía Facebook, donde subió un comentario sobre lo sucedido. El texto supuso una nueva decepción. En lugar de llamar por su nombre a los únicos culpables de lo sucedido, los diputados de ERC, evitó citarlos e hizo condenas genéricas sobre el mal tono parlamentario, llegando a comparar el escupitajo con las críticas que le hace Casado («graves insultos», las llamó).

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Se hace muy duro que los españoles estemos gobernados por una persona que no es capaz de plantarse frente a Esquerra cuando acaba de escupir a uno de sus más importantes ministros. Los juegos malabares de Sánchez para no molestar a los golpistas son en realidad lo más grave de toda la oprobiosa jornada de ayer. Urgen elecciones.

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