Cómo Robin Wright salvó el final de «House of cards»
«Dios nunca quiso que una mujer gobernara este país. Es el anticristo. Y judía». En el inicio de la sexta[…]
«Dios nunca quiso que una mujer gobernara este país. Es el anticristo. Y judía». En el inicio de la sexta y última temporada de «House of cards», que estrena hoy Movistar (15.30), Claire Underwood (Robin Wright), sentada tras el escritorio del presidente en el Despacho Oval, cruza las manos mientras escucha varios mensajes publicados en su contra en las redes sociales, incluidas amenazas de muerte. Internet ha votado cuál es la mejor forma de liquidarla (despellejándola). Es una respuesta a su primera orden: el envío de un contingente militar a Siria, algo que, por cierto, tanto Barack Obama como Donald Trump se han resistido a hacer.
Cuando la serie se estrenó, en 2013, las maquinaciones de los Underwood parecían material propio de una novela policiaca: complots, conspiraciones, manipulaciones y asesinatos. Hoy, la realidad ha alcanzado a la ficción. «House of cards» ha optado por reflejar el momento actual, en especial la crueldad ejercida desde y contra el poder en una nación cada vez más dividida.
En su última entrega, de ocho episodios en lugar de los trece planeados inicialmente, la serie se centra en el personaje de Claire: filántropa, primera dama, embajadora ante la ONU, vicepresidenta y, ahora, presidenta. En la vida real, quien la encarna es también noticia por haber salvado «in extremis» la serie de la debacle. El año pasado, quince hombres acusaron al protagonista, Kevin Spacey, de acoso sexual, lo que llevó a su despido. ¿Podía sobrevivir una serie hecha a su medida a su desaparición? Robin Wright se encargó de que sí. De hecho, la quinta temporada acabó con ella abandonando a su marido en su hundimiento, mientras miraba a cámara con una advertencia que ahora parece premonitoria: «Es mi turno».
Wright es, como Spacey, productora ejecutiva, y, a diferencia de él, ha dirigido diez episodios entre la segunda y la última temporada. Según publica «Variety», dijo al resto del equipo ?unos 2.000 empleados que veían sus puestos de trabajo en peligro? que, fuera como fuera, iban a acabar la serie. «Mi trama, la trama de Claire, iba a ir por separado, porque él se iba al mundo de la empresa privada y ella iba a ser presidenta, así que no tuvimos que cambiar mucho», asegura Wright.
Así se introdujo un elemento crucial en una elipsis. En uno de los trailers aparece ella ante una tumba en la que se lee: «Francis J. Underwood, 1959-2017». La nueva presidenta decía, con evidente desprecio: «Cuando me entierren a mí no será en el patio trasero de mi casa».
Tan impopular como real
A pesar de que «House of cards» le dio a Washington un halo de glamur del que tradicionalmente ha carecido, no es que sea una serie popular en esta ciudad. Tal y como escribía ayer el crítico del «The Washington Post», Hank Stuever: «No hay mucho que decir sobre el final, más allá de que al diablo con su defensa permanente de que Washington solo funciona con crueldad».
En Washington, sin embargo, sí hay crueldad. Los ataques entre un partido y otro son más duros que nunca. No existe el consenso. Y la gran maquinaria política mastica y escupe a los débiles y blandos. Eso queda reflejado en la serie y es tal vez lo que más enerva, por ser cierto, a los washingtonianos.
La serie contiene muchos puntos de verdad. La trama de esta temporada es, al menos realista, en especial los enfrentamientos de la presidenta con dos millonarios hermanos ?interpretados por Diane Lane y Greg Kinnear? que buscan poder desde la sombra. Hay, sin embargo, un momento tan crucial como improbable: Claire mira a la cámara y, como hacía su difunto marido, interpela al espectador: «Las cosas han cambiado. No creas nada de lo que te dijo Frank. Yo te voy a contar la verdad». Cuesta creerla.