Carantoñas al tigre
Cuando un país sufre en su seno los tirones centrífugos del nacionalismo tiene dos alternativas: presentarle batalla frontalmente, o hacer[…]
Cuando un país sufre en su seno los tirones centrífugos del nacionalismo tiene dos alternativas: presentarle batalla frontalmente, o hacer concesiones en la esperanza de que al otorgarles más competencias renunciarán a su meta final independentista. Una y otra vez, la historia prueba que lo único que funciona es confrontar al nacionalismo. Intentar parecerse un poquito a él con la ilusión de que así se moderará solo sirve para cebar al dragón.
El separatismo quebequés, que hoy está por los suelos, ha pagado la aparición en 2011 de un fuerte partido liberal de centro-derecha, la Coalición por el Futuro de Quebec, que es regionalista, pero rechaza de plano la independencia. Además han perdido la batalla cultural, porque Estados Unidos está muy cerca y las posibilidades de todo tipo que ofrece un gigantesco mercado en inglés son muy superiores a las del reducto en francés canadiense. El conservadurismo británico no rascaba pelota en Escocia. Hasta que llegó la impetuosa Ruth Davidson, una treintañera unionista, que sin complejo alguno se lanzó a propinarle cera dialéctica a Nicola Sturgeon y a su todopoderoso SNP. En las elecciones escocesas los tories se encaramaron al segundo puesto y el SNP sufrió un fuerte retroceso. Los laboristas, que jugaban a filonacionalistas, como en España, se despeñaron. Francia no sufre nuestro problema territorial por la sencilla razón de que lo cercenaron, no toleraron que medrase, ni en Córcega, ni en Bretaña, ni en el País Vasco francés.
Tras la recuperación de la democracia, en España elegimos el rumbo errado: pensar que con cesiones aplacaríamos al nacionalismo. Se transfirieron a las regiones las riendas de los temas centrales en la vida de las personas, la educación, la sanidad, la justicia. En las dos comunidades donde el separatismo tenía arraigo, Cataluña y País Vasco, se fue incluso más allá y se retiró a la policía común para dejar la seguridad en manos de cuerpos locales. ¿Resultado? Un creciente extrañamiento respecto a la idea de España en todas las regiones; y en Cataluña y el País Vasco, la construcción de «estructuras de Estado» para intentar dar el paso final en cuanto la nación española atraviese alguna crisis, o muestre debilidad.
Sánchez ha optado por la vía de intentar apaciguar a los separatistas con cesiones, el utópico «diálogo». En realidad está vendiendo a España por un plato de lentejas, por cenar un día más en La Moncloa. Pero no se puede acariciar a un tigre. Acaba llevándote la mano. Su último paso en la senda del entreguismo ha sido presionar a la Abogacía del Estado para que contradiga a la Fiscalía y pida la mitad de pena para los golpistas. Además empieza a insinuar que puede haber indulto para Junqueras y compañía. Pero el tigre ya está desbocado. Ayer saludó con desprecio las maniobras entreguistas del presidente, llamándole «cómplice de la represión» y anunciando el «no» a sus presupuestos. El aprendiz de brujo, devorado por su criatura. En Cataluña se está dando una doble batalla, legal y por los corazones, y solo se puede vencer aplicando la ley sin resquicios y proclamando la valía del proyecto solidario. Sánchez, un oportunista cuya única brújula es su ombligo, no está ni en A ni en B.
