De tumbas y estadios
El verano fue pródigo en emociones políticas y deportivas. A Florentino y Lopetegui no se les ocurrió idea mejor que[…]
El verano fue pródigo en emociones políticas y deportivas. A Florentino y Lopetegui no se les ocurrió idea mejor que boicotear innecesariamente la participación de España en el Mundial, anunciando por sorpresa el fichaje del seleccionador por el Real Madrid. Florentino ha ganado cuatro Champions seguidas y uno apenas sigue el fútbol, soy un tarugo a su lado. Pero recuerdo que en aquellos días, tras ojear las estadísticas del flamante Lopetegui, me dije: «Uff, este tío va a pinchar». ¿Por qué? Por su pírrico palmarés como entrenador. Pero también porque en el vestuario ha medrado demasiado un poder fáctico que la directiva no ha sabido atajar (Ramos, que además canta La Traviata en la zaga con frecuencia) y porque el club había tenido la idea genialoide de prescindir del tipo que enchufaba los goles, el chuleta pero eficacísimo Ronaldo, sin traer un recambio en su lugar. Lopetegui estaba más verde que la parte interior de un aguacate: solo había entrenado al Rayo en Segunda, donde fue cesado; y en Oporto, donde no logró títulos y lo despidieron también. Pero algo muy bueno debía habitar en él cuando el Madrid había acometido todo un desembarco en Rusia para ficharlo.
En verano se produjo también la inesperada llegada de Sánchez al poder. Pelado de ideas y sin escaños para nada, el presidente no votado pronto encontró un aliado con el que rellenar su vacuidad programática: un tal Franco. Durante largas semanas, la única iniciativa del Gobierno, apellidado por entonces «bonito», era desalojar a Franco de su tumba. Calvo y Sánchez, con rostros trascendentes de gesta heroica ante un enemigo tremebundo, anunciaban una y otra vez que la exhumación sería exprés, como tarde para finales de agosto.
Pero pasaron los meses. Lopetegui, el míster que encarnaba un gran proyecto de futuro, no comerá el turrón (y a estas horas disfruta de un ataque de carcajada pensando en la indemnización que trincará). Pero Franco allá sigue. ¿Qué ha pasado? Sánchez, una vez más, olvidó un detalle: España es un Estado de Derecho, con sus leyes, y los familiares de los difuntos tienen algo que decir sobre el reposo de los restos mortales, sean los de una persona buena, mala o mediopensionista. La fijación de Sánchez y Calvo ha cobrado un giro irónico: obsesionados con sacar a Franco de la sierra lo han acercado a la catedral de La Almudena, donde la familia posee un panteón. En gran bromazo sarcástico, el entusiasmo del PSOE por reabrir heridas antiguas puede devolver al dictador a su plaza de Oriente. Alarmada ante esta paradoja, Calvo viajó al Vaticano en misión urgente (previo relevo fulminante del embajador español) para exigir a la Iglesia que vetase el entierro en La Almudena. De regreso a España se acogió a una práctica estelar de este Gobierno, mentir, y proclamó que el número dos del Papa le había asegurado que a La Almudena nunca, por supuesto. Mentira de piernas cortas. En un par de horas el Vaticano emitía un insólito comunicado para desmentir a Calvo (un texto de elegante diplomacia eclesial, pero una bofetada en regla a la vicepresidenta tergiversadora). El culebrón exhumador continúa. Y mientras, el Gobierno sigue embalsamado en el Congreso.
