El reino de la mentira

Vivimos tiempos en los que la mentira se ha convertido en un instrumento legítimo de la acción política. Hace no[…]

Vivimos tiempos en los que la mentira se ha convertido en un instrumento legítimo de la acción política. Hace no tanto, cuando un cargo público era pillado en manifestación flagrantemente contraria a lo que él sabía verdadero, su salida del cargo era automática. Los ejemplos son infinitos en todo Occidente y en todo régimen democrático. Pero en España eso ya no es así, quién sabe si como manifestación -una más- de que avanzamos aceleradamente hacia un régimen autoritario.

En los últimos meses hemos tenido ejemplos sobrados en el entorno del Gobierno. Por supuesto, el más flagrante ha sido el de la tesis doctoral que fue un caso incontestado de plagio. Y un plagio es en sí mismo una forma de mentira. A primera hora del día de la publicación de la información llegó la amenaza de acciones legales del presidente del Gobierno contra ABC. Pasan las semanas y no ocurre nada, aunque desde su entorno se sigue diciendo que la demanda va a llegar. ABC nunca podrá agradecer tanto una demanda o querella como en este caso, porque las mentiras de Sánchez iban a quedar plasmadas en un foro público como es un tribunal. Y los medios de comunicación a los que el calor del Gobierno ha mantenido callados difícilmente podrían guardar silencio ante la querella de un presidente del Gobierno contra un medio de comunicación.

La mejor demostración de que la mentira se está legitimando la ofrecía Ciudadanos el pasado lunes, cuando, a la vista de que la Fiscalía ratificaba su solicitud de penas para los principales implicados en el caso de los ERE, su candidato a presidir la Junta, Juan Marín, declaraba que «basta ya a 40 años de dictadura socialista. El PSOE y la corrupción parecen una historia interminable». Con un par. Tres de esos cuarenta años se los debe el PSOE a don Juan Marín y Ciudadanos que han sostenido inmutables los 40 años de dictadura socialista de la que habla Marín. O no ha habido dictadura -y yo creo que ha habido algo que no estaba lejos- o ellos denuncian sin creer en lo que dicen porque son los responsables de haber sostenido el régimen socialista en Andalucía.

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Ayer, tan pronto como Carmen Calvo declaró sobre los restos de Franco que «Lo que acordamos [con la Santa Sede] fue estar de manera conjunta para encontrar una salida que obviamente no puede ser La Almudena», el sentido común indicaba que mentía. Aún sin saber de qué había hablado con el cardenal Parolin en Roma, era evidente que Calvo no iba a conseguir que la Santa Sede alterase sus principios multiseculares sólo porque el Gobierno del doctor Sánchez se haya metido, él solito, en un callejón sin salida honorable. Hace dos semanas comentaba la situación de los restos del general Franco con un buen amigo, lord Razzall, antiguo tesorero de los liberal-demócratas británicos y hombre bastante progresista. Le expliqué cómo la familia había decidido, si el Estado profanaba la tumba, enterrarlo en el nicho familiar de la catedral de Madrid. Tim Razzall sufrió un atraganto por las carcajadas que le produjo la incompetencia política de este Gobierno que se crea problemas a sí mismo, como si gobernar no implicase resolver la multitud de dificultades reales que surgen sin necesidad de creártelas.

Pero mucho más preocupante que la flagrante incompetencia de este Gobierno es la degradación moral que implica la aceptación de la mentira como instrumento y que, a pesar de ello, haya partidos dizque reformistas que se suman a su uso.

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