Alcampo, el reflejo de un mal endémico de la empresa española
Afortunadamente, los periodistas no somos ajenos a la realidad que nos toca vivir. Ganar nuestro sustento dándole a la tecla,[…]
Afortunadamente, los periodistas no somos ajenos a la realidad que nos toca vivir. Ganar nuestro sustento dándole a la tecla, contando las idas y venidas de las empresas, no nos impide ver la realidad más oculta de las mismas, pues somos también al mismo tiempo clientes y usuarios. Por este motivo, vemos y sufrimos -a veces de primera mano- la realidad de muchas empresas que las cifras pueden ocultar las más de las veces.
Como usuario activo de Internet, realizo muchas compras online. En los últimos meses, la gran compra del híper la hacía en 'Alcampo.es'. Su franja horaria de entrega me resultaba cómoda, conocía el centro desde el que me servían el pedido y sus precios son los mismos que en el hipermercado. Me cobraban la preparación del pedido y el transporte, pero lo pagaba con gusto, como muchos otros usuarios.
No obstante, el último encargo desveló una situación que me disgustó en grado sumo. Por un lado, el pedido vino incompleto, pues no disponía el centro de algunos de los productos y no me los sirvió. Por otro lado, aparecían cobrados y servidos dos productos que no llegaron. La compañía esgrime que ofrece una opción de marcar productos sustitutivos para los casos en los que alguno de los solicitados no esté disponible (algo que no puedes saber hasta que te llega el pedido) y advierte de que no puede avisar al cliente si su pedido está incompleto, porque las más de las veces la disponibilidad de todos los productos es harto complicada. Dicen que avisan si la parte del pedido que falta es importante, pero no es así. En este último pedido faltaba aproximadamente el 10% de mi lista, pero en otra ocasión anterior faltó el 30% y tampoco me avisaron. En cifras, 16 botellas de litro y medio de leche de las que no vino ni una, no fueron entonces motivo para avisarme.
La segunda parte de la historia viene cuando pregunto por lo que me falta y se me ha cobrado y prometen avisarme cuando lo localicen. Pasan las horas, con la noche de por medio y, seriamente enfadado, llamo de nuevo al centro. Habían pasado 16 horas sin respuesta. Disculpas, buena atención, educación a pesar de mi lógico enfado y... balones fuera, o la españolada de turno. Un departmento que desconozco era el encargado de avisarme... ¿No lo hizo? Vaya... Bueno, pues es que hoy ya no se lo pueden hacer llegar, ¿sabe? Y claro, mañana es festivo en Madrid... O espera al viernes o se lo descuento del precio...
Pues mire, descuénteme del precio los productos no distribuidos y -de paso y en justicia- los costes de un porte no realizado, pues se ha quedado una parte en su furgón (o donde sea), y los costes de preparación de un pedido, pues lo que han preparado distaba mucho de lo que pedí. Lo digo, más que nada, porque me tocará a mí ir al centro a completar la cesta de la compra. Eso sí, cuando vaya al centro será también para poner la pertinente reclamación... y ahí llegó la puntilla. Mi interlocutor me pidió por favor que pusiera la reclamación para que se conociera la incidencia. Hasta ahí podíamos llegar, pensé yo. Si se trata de un problema entre departamentos o de malestar de los empleados con la empresa, que no me utilicen a mí de arma arrojadiza... faltaría más.
¿Saben qué? Paso de reclamaciones si eso conlleva entrar en ese juego. Ya he tenido bastante dosis de realidad empresarial española por una temporada. Lo resumo en lo de mal servicio, la culpa siempre es de otro y en lo de reclame, que ya veremos quien se come el marrón... España, siempre España, no importa el nombre de la empresa. A veces, para saber cómo marcha un país no es necesario hablar con expertos; basta con salir a la calle.