«Yo no invento, investigo. Trabajo como un policía o un detective»

«Un caso horroroso». Tres palabras que resumen la pesadilla de Hanno Salzmann, un joven no judío que, tras ser acosado[…]

«Un caso horroroso». Tres palabras que resumen la pesadilla de Hanno Salzmann, un joven no judío que, tras ser acosado laboralmente por motivos antisemitas, fue despedido de su trabajo en la Seguridad Social de Estiria, en Graz. Lo documenta el escritor austriaco Erich Hackl (Steyr, 1954) en su última novela, «El lado vacío del corazón», donde Hanno no es el único perseguido: también lo fueron sus abuelos.

«Mi abuela murió en un campo de concentración». Esta confidencia de Hanno a sus compañeros de oficina da pie a una cruel persecución. ¿Qué la desencadena?

¿Pero usted ha leído el libro?

Yo sí, pero los lectores no. Cuénteselo a ellos, por favor.

Me resulta difícil, como autor, resumir el contenido... «El lado vacío del corazón» trata de los Salzmann, una familia austriaco-alemana que no era judía pero que tenía relación con los judíos y que, debido a la militancia comunista del patriarca, fue perseguida por el nazismo en los años treinta y cuarenta. La historia alcanza hasta la generación del nieto, Hanno, quien, como efecto tardío de la muerte de su abuela en el campo de concentración de Ravensbrück, sufre acoso laboral en la oficina de la Seguridad Social donde trabaja. Un caso terrible: no sólo no hubo consecuencias, sino que el acosado fue despedido.

Los nazis persiguieron a Hugo Salzmann, el abuelo de Hanno, por comunista, y a Juliana, la abuela, por cómplice. Años después, el perseguido será el propio Hanno. ¿La Historia se repite?

Más que repetirse, la Historia continúa. En Centroeuropa e Israel existe un fenómeno que se conoce como «trauma de los perseguidos». Lo sufren miembros de la segunda e incluso de la tercera generación de una misma familia. Son los descendientes, los hijos y nietos de los supervivientes o de quienes fueron asesinados... El antisemitismo está siempre ahí. Lo demuestra el hecho de que la cúpula de la Seguridad Social de Estiria actuara como actuó con Hanno: despidiendo a la víctima, en vez de a los acosadores.

Antes de seguir: ¿a qué se refiere usted con la expresión «el lado vacío del corazón»?

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El «lado vacío» es la incapacidad de compaginar el compromiso político con el amor. Mucha gente que tiene un alto compromiso humanitario con los demás, con la sociedad, se olvida, sin embargo, de su propia familia. Se ve, por ejemplo, en la relación de Hugo Salzmann con su hijo, el padre de Hanno. Ese «lado vacío» también se podría interpretar como la ausencia de la madre, muerta en Ravensbrück... Aunque he de explicar que el título original de la novela es «Familia Salzmann». Pero prefiero el de la edición española, me gusta más.

«Yo no presto mi voz a mis personajes, ellos me la prestan a mí. Claramente. Me prestan su voz y su confianza»

«Boda en Auschwitz» es una de sus novelas. En otra, «Adiós a Sidonie», una niña gitana acogida por una pareja austriaca debe ser entregada, porque la burocracia así lo decide, a sus padres biológicos, con los que emprenderá un camino sin retorno a Auschwitz. ¿Por qué están tan presentes en su literatura los campos de concentración?

No es tanto el tema de los campos de concentración como el de quienes lucharon contra el nazismo o el fascismo, o incluso el tema de la Guerra Civil española. Es lo que me interesa: esas luchas sociales, ese compromiso político. Si uno se interesa por algo con cierta pasión, automáticamente empieza a conocer historias que nadie ha contado antes; historias que uno siente que debe contar.

¿Es una obsesión?

No, porque en la obsesión hay algo enfermizo, algo de lo que uno no puede separarse. Y he de decir que mis libros me han aportado lo mejor: conocer a mucha gente cuya amistad me ha enriquecido.

¿Cómo afronta su trabajo?

Yo no invento, investigo. Busco datos, trabajo como un policía o un detective. No opto por la ficción en cuanto al contenido de los libros

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¿Qué lugar ocupa entonces la ficción en sus novelas?

En el caso de «El lado vacío del corazón», donde me he guiado por la memoria exacta de Hugo, el padre de Hanno, quedan resquicios para la ficción: cuando el narrador dice a menudo «Es posible que...», «Puede ser que...», «Me imagino que...». A pesar de ello, me mantengo fiel a los hechos, a los sentimientos, a las visiones personales de los protagonistas, aunque en la forma en la que cuento haya siempre un factor subjetivo. Con otras palabras: todo está relatado según mi propio estilo. No tengo el problema del escritor de ficción -no me veo obligado a inventar-, y sin embargo, curiosamente, necesito más inspiración que la persona que inventa, no sé por qué.

Usted trabaja con recuerdos, pero nada miente más que la memoria. No todos los recuerdos son reales.

Claro, la memoria tergiversa. Y, además, hay recuerdos que menguan. Algo que no me afecta. En el fondo, yo hago acopio de datos, cruzo mucha información, la contrasto. De hecho, este es el libro que más me ha costado, por el exceso de información y por lo complicado del caso, que se remonta a los militantes comunistas alemanes en los años treinta, como el abuelo Salzmann.

La suya es, por lo tanto, una literatura documental.

Sí, defiendo el documentalismo como método de conocimiento. Escritores como Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina, si nos ceñimos a la literatura española, lo hacen al revés: toman un caso real para hacer de él una ficción, mientras que yo utilizo los elementos de la ficción para contar un caso real. Por ejemplo, no cambio nombres ni apellidos -aunque tampoco lo hacía Muñoz Molina en «Sefarad»-. Tengo, pues, cierta responsabilidad. Hugo y Hanno leyeron el manuscrito antes de que la novela fuera publicada.

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«Como efecto tardío de la muerte de su abuela en Ravensbrück, Hanno Salzmann sufrió acoso laboral... y fue despedido»

¿Y qué dijo Hanno?

Quedó muy contento, porque el libro fue lo único que le hizo justicia. Al cabo de los años, sigue teniendo secuelas por lo que ocurrió, aún toma psicofármacos. Yo no puedo eliminar el daño que sufrió, pero siento que mi literatura, la literatura que defiendo, sirve para hacerle compañía y que no se sienta solo. Cuando Hugo, su padre, me buscó y me pidió que escribiera esta historia, lo hizo, creo, para romper la soledad, el aislamiento en el que vivía su hijo tras el acoso. Hanno no tenía ni siquiera fuerzas para buscar apoyo.

«Erich Hackl presta su voz a aquellos que se ven empujados al margen por injusticias, dictaduras o por la incapacidad humana». ¿Se reconoce en esta definición?

En absoluto; es al revés: yo no presto mi voz a mis personajes, ellos me la prestan a mí. Claramente. Me prestan su voz y su confianza.

¿Qué debe tener un personaje para que le interese?

No lo sé. Lo que tengo claro es que, para que llame mi atención, una historia debe llevar dentro un espíritu de resistencia -social, política-. Por ejemplo, «Los motivos de Aurora», mi primer libro, fue sobre un caso famoso en la España de los años treinta: el de Aurora Rodríguez y su hija, Hildegart. La madre le dio una educación especial a su hija, que terminó siendo universitaria, militando en la extrema izquierda, escribiendo libros y convirtiéndose en sexóloga. Pero cuando Hildegart estaba a punto de cumplir el sueño de su madre de liberar a las mujeres y a las clases oprimidas, Aurora la mató.


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