«Últimas tardes con Teresa», la novela que irritó a franquistas y antifranquistas

«El libro, en efecto, no sólo es bueno, sino tal vez el más vigoroso y convincente de los escritos estos[…]

«El libro, en efecto, no sólo es bueno, sino tal vez el más vigoroso y convincente de los escritos estos últimos años en España?». En su reseña de Ínsula, Vargas Llosa reconocía que «Últimas tardes con Teresa» iba a ser uno de los títulos fundamentales de la novela española del siglo XX. Al fragmento laudatorio se añadía una advertencia: «Irritará a todo el mundo».

La tercera novela de Juan Marsé ya había irritado a los miembros del jurado del premio Biblioteca Breve. Carlos Barral, Josep Maria Castellet, Salvador Clotas, Juan García Hortelano, Luis Goytisolo y el propio Vargas Llosa guerrearon hasta arrojar el fallo que dio ganador a Marsé (cuatro votos) sobre «La tentación de Riota Hayworth», de Manuel Puig (dos votos). Entre los más enojados, un Luis Goytisolo que había apoyado a Puig y que se sentía molesto ?como Salvador Clotas? por la caustica imagen que Marsé daba de los incidentes universitarios del 56.

La irritación no acabó ahí. El 3 de noviembre del 65, «Últimas tardes con Teresa» aterrizó en la Sección de Orientación Bibliográfica, la censura. La desautorización fue contundente: «La novela presenta numerosas escenas escabrosas siendo el fondo de la misma francamente inmoral; en el argumento se hacen numerosas referencias políticas de carácter izquierdista con alusión a las algaradas estudiantiles que tuvieron lugar en la Universidad de Barcelona glorificando sus acciones?».

A recibir la respuesta, Marsé se dirigió por carta al director general de Información, Carlos Robles Piquer, quien le manifestó su apoyo, aunque no pudo evitar un segundo informe desfavorable: se recordaba que el autor «es considerado como de tendencias marxistas, y su firma figura en las cartas colectivas enviadas al señor Ministro de Información y Turismo en los meses de julio, septiembre y noviembre de 1963. Aunque desde entonces no constan más actividades negativas». La novela precisaba una «revisión detenida» por su «inmoralidad» y «clasismo».

Detalles inmorales

Una reunión en Madrid con Robles Piquer allanó el camino. Como cuenta Marsé, al cuñado de Fraga Iribarne y a sus colaboradores les preocupaban más los detalles inmorales que los políticos: «Lo más sorprendente fue quizás que no metieran mano en los capítulos en los que se incluían las cargas policiales durante las manifestaciones del 56 y del 57, limitándose a consideraciones de orden sexual o moral». Entre las sugerencias, cambiar «pechos» por «senos», suprimir el «fino bigotito del alférez provisional» para no ofender al ejército o sustituir el término «muslos» por un neologismo inventado por el escritor. «Yo no tengo talento para eso», adujo Marsé. «Pon antepierna», propuso Robles Piquer. «Eso no es un muslo», repuso el escritor.

Entre las sugerencias, cambiar «pechos» por «senos», suprimir el «fino bigotito del alférez provisional»

La edición conmemorativa que Seix Barral lanza el 5 de abril reúne los informes censores. El Pijoaparte es «un delincuente habitual, antisocial y tosco, con debilidad especial para el robo de motocicletas» que envidia y desprecia a las clases «privilegiadas». Por ejemplo, la expresión «señoritos de mierda», o que Teresa haya adquirido «la preciosísima mala leche proletaria».

La tutela de Robles Piquer ?estamos en 1966, el año de la Ley de Prensa de Fraga? se impuso a sus subalternos del lápiz rojo, entre ellos un tal Fajardo. Autorizada el 1 de marzo, «Últimas tardes con Teresa» vio la luz un mes después en la imprenta de Seix Barral y Hermanos: tres mil ejemplares al precio de 120 pesetas. En la portada, la bella Susan Holmquist fotografiada por Oriol Maspons.

Revolucionarios de salón

Después de irritar a los franquistas, la novela irritó ?¡y de qué manera!? a los revolucionarios de salón que se veían retratados: los Goytisolo, Ricardo Bofill, Josep M. Castellet? He aquí un fragmento que les escoció tanto como a los censores franquistas: «Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, alguno como sensato, ninguno como inteligente, todos como lo que eran: señoritos de mierda». El entorno de Carlos Barral, que quiso convertir a Marsé en un escritor obrero del realismo social, echaba chispas. José Carlos Egea denostaba «el fondo reaccionario» de «Últimas tardes con Teresa» y Juan Carlos Curutchet lamentaba en una revista uruguaya «que la novela no sólo no es marxista, sino que tampoco es neutra».

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Como apunta Josep Maria Cuenca, biógrafo del escritor: «Claro signo de la intolerancia ideológica con que algunos izquierdistas recibieron la novela es el incidente que al parecer sufrió Carmina Labra cuando incurrió en la imprudencia de comentar ?Últimas tardes con Teresa? con un camarada de su partido y acabó recibiendo de éste una célebre bofetada por exponer argumentos favorables a la novela». El tiempo ha dado la razón literaria a Juan Marsé. ¡Larga vida al Pijoaparte!


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