Mucho más que una musa sin obra

La noche había caído ya hacía largo rato sobre Villa Ocampo, pero las conversaciones seguían brotando de los inquietos paladares[…]

La noche había caído ya hacía largo rato sobre Villa Ocampo, pero las conversaciones seguían brotando de los inquietos paladares allí citados. El cansancio, sin embargo, empezaba a hacer mella en el ánimo de los contertulios. La mayoría decidió, entonces, poner rumbo a Buenos Aires. Norah Borges, la hermana del autor de «El Aleph», ensimismada en la estética de la residencia, se quedó despistada y, cuando el grupo estaba a punto de cruzar el umbral, gritó: «¡No me dejen sola con la inmensidad!».

La «inmensidad» tenía un nombre: Victoria Ocampo (1890-1989). Aquella mujer, de presencia impresionante, dejó huella en todos los que se cruzaron en su vida. Una vida que marcó la cultura de buena parte del siglo XX y que, ahora, de la mano de la Fundación Banco Santander, vuelve a estar de actualidad en nuestro país. La Colección Obra Fundamental ha recuperado «Darse. Autobiografía y Testimonios», una obra hasta ahora inédita en España, que resulta fundamental para acercarse a su figura y, de paso, indagar en nuestra historia más reciente.

La «Autobiografía», cuyos volúmenes más logrados son el segundo («El imperio insular», donde relata su adolescencia) y el tercero («La rama de Salzburgo», donde da cuenta de su relación con Julián Martínez), abarca sus primeros 40 años, mientras que la serie de «Testimonios» constituye la historia de su vida intelectual. Con selección y prólogo del escritor Carlos Pardo (Madrid, 1975), «Darse» se articula como un hermoso relato, en el que Victoria Ocampo va abriéndose, ante el lector, sin pudor (principal enemigo de la literatura, y de la mujer, como ella misma escribió) ni mesura.

Novela de una vida

Se trata de la novela de una vida, ensamblada con una jugosa selección de textos autobiográficos y ensayos, donde Stravinski, Ortega y Gasset (él publicó su primer libro), Tagore, Virginia Woolf, Keyserling o Pierre Drieu La Rochelle son los principales protagonistas. No es extraño, por tanto, que Pardo la describa como «una de las cimas de la literatura memorialística de nuestro idioma».

«Es una de las cimas de la literatura memorialística de nuestro idioma»

En opinión del «antólogo», «Victoria fue una de las pocas personas que se atrevió a escribir en primera persona para dar sentido a su vida y a su tiempo, con el descaro y la calidad de los mejores escritores del siglo XX». Feminista, antifascista, amante del arte y de la belleza (para ella, como para Diana Vreeland, la modernidad empezaba en el baño), entregada al amor y sus consecuencias (compartió amante con Coco Chanel), adúltera reconocida, Victoria Ocampo forjó el gusto y la cultura de gran parte de América Latina.

Considerada una «musa sin obra», aunque en esa etiqueta estén presentes todos los clichés machistas de la época, usó prácticamente toda su herencia (los Ocampo eran una de las familias aristocráticas más importantes de Argentina) en apoyar las vanguardias, por lo que Pardo no duda en definirla como «mecenas participante» y, en definitiva «agitadora cultural». Creadora de la revista «Sur» (1931), «gracias a ella conocemos a Virginia Woolf y a lo más importante y puntero de la literatura internacional», que encontró refugio en las páginas de aquella publicación.

Testimonio del S.XX

«?Darse? puede leerse como un testimonio del siglo XX, pero también de los afectos y de la manera que tenemos de relacionarnos con los demás», concluye Pardo, a quien le «fascinan» las páginas que Ocampo dedica a Ernest Ansermet y, aunque reconoce que el capítulo de Keyserling «tiene momentos muy divertidos», se queda con el «capítulo» de La Rochelle.

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En él, titulado «Drieu», encontramos, quizás, las páginas más lúcidas y dolorosas de la obra. «Así como había estado huérfana de mis padres (que no dejaba de amar), porque no podía confesarles mi verdadero pensamiento, iba a convertirme en huérfana de otros seres a quienes amaba, por un motivo análogo. En realidad, yo estaba sola, fabulosamente sola», escribe Ocampo, tiempo después de conocer el suicidio del escritor, en 1945. Había dejado de ser una mujer feliz para convertirse en «estatua de la felicidad». Felicidad de la que debía privarse, «y que sólo subsistiría en forma de monumento». No obstante, ya lo dejó escrito Borges, quizás pensando en ella: «Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. Felices los felices».

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