«Maestro, en una sola noche gano más dinero que usted»

En La Línea el narcotraficante se pasea con impunidad, come en los mejores restaurantes y conduce los mejores coches. En[…]

En La Línea el narcotraficante se pasea con impunidad, come en los mejores restaurantes y conduce los mejores coches. En cambio, el honrado no puede atender a la prensa en un bar por miedo a las represalias, va en utilitario y tiene barrotes en las ventanas de su casa por si las moscas. Aun así, los que han invertido su vida en construir un futuro sin droga para La Línea no lo dudan, están convencidos de que pueden revertir la situación: «Por favor, que quede claro que no sólo hay gente mala. Aquí también hay gente buena que quiere mejorar esto».

Toda una declaración de intenciones la de Miguel Ángel Valverde, un viejo maestro que hace 30 años llegó a La Línea, concretamente al colegio de La Atunara, por entonces un barrio pesquero en el que la gente sólo quería un pequeño puerto para salir a faenar y hoy es el epicentro de los narcos, que introducen toneladas de hachís a diario en sus playas. «El contrabando empezó en 1987 y al principio sólo era tabaco», explica el profesor, quien también recuerda cómo el dinero fácil de la droga se convirtió en la salida escogida por muchos jóvenes que dejaron de acudir a sus clases.

«Había chavales que te decían que habían estado con "el llanito" -suministrador de tabaco en el argot- de su padre», rememora Valverde, quien lamenta la deriva de esa actividad, que en un primer momento justificaban las familias con una premisa muy repetida: «Lo hacemos por necesidad, para poder comer». «En el colegio lo veíamos venir, incluso escribimos una carta a los padres, pero nos decían que quién éramos nosotros para meternos en eso, que nos centrásemos en las clases», confiesa este profesor jubilado, comprometido entonces con alejar la droga de La Atunara: «Era arriesgado, tocamos las narices a mucha gente».


Menores en una pista polideportiva de La Línea
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NONO RICO

Hoy el hachís es «la empresa «que da de comer al barrio y la mayoría de los vecinos prefiere ayudar a los narcos y no a la Policía. Rosa López es concejal de Educación en el Ayuntamiento de La Línea y diagnostica para ABC los dos grandes problemas que tienen con los jóvenes del municipio, quienes no ven en la escuela una opción de futuro. «Hay dos temas importantes: el absentismo escolar y los alumnos expulsados», resume López, consciente de que los niños absentistas observan en el narcotráfico la salida más fácil para conseguir dinero: «Es lo más rápido para ellos».

Sabe bien de lo que habla la concejal el propio Valverde, a quien algunos alumnos preguntaban lo siguiente: «Maestro, ¿cuánto dinero gana usted? Mire, yo he ganado más en una noche». Como puntualiza, «los chicos lo decían con cariño», pero la situación anunciaba lo que pasa hoy, cuando en horas de clase hay cuadrillas de chavales que purulan por las calles en lugar de atender a la lección en aula.

En un lugar en el que la tasa de paro -excluyendo a los que trabajan en el negocio de la droga es de más del 30%-, el fracaso escolar es una autovía hacia el narcotráfico. Valverde lo tiene claro, aunque suma la presión ambiental como un factor decisivo a la hora de abandonar los estudios para traficar. «Los chicos son inteligentes, pero están metidos en el estilo de vida del barrio, que consiste en estar mucho tiempo fuera de casa, con la gente y eso tampoco les facilita el estudio», esquematiza el profesor, quien sin embargo ve en el ejemplo de los padres una posible solución para que el mal no se convierta en endémico y, a fuerza de tiempo, la situación cambie en La Línea. «La Policía no es la solución aunque ahora es necesaria para mantener el orden», argumenta el docente, quien apuesta por la pedagogía para que los chavales no entren en el negocio. «El mejor ejemplo es el que se da en casa, y a los chicos hay que enseñarles con el ejemplo; pero si los chavales ven que el trabajo de sus padres es traficar con hachís, les va a costar mucho más quitarse», especifica.

Predicar con el ejemplo

Tan importantes como el trabajo de educación en casa y la escuela son las políticas públicas, que pueden suponer un freno para que los jóvenes no cambien el colegio por el narcotráfico. «Dándoles alternativas conseguimos que vean que pueden ser responsables y alcanzar sus metas», defiende López, quien destaca el trabajo de las asociaciones sin ánimo de lucro que colaboran con el Consistorio para lograr esta meta. «De otra forma sería imposible», comenta la concejal, que pone un ejemplo muy gráfico: «Sólo hay cuatro psicólogos municipales dedicados a este tema y también tienen que atender otras labores». Por ello hace un llamamiento a las instituciones autonómicas para que consideren a La Línea «de una forma especial» y le otorguen más medios económicos para poder llevar a cabo más políticas públicas.

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Menores en los tejados del barrio de San Bernardo, en La Línea
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Gente alegre

Todavía hoy, décadas después de llegar a La Línea, el profesor coincide por la calle con alumnos que en su día dieron la espalda a la literatura para llamar a la puerta del hachís. Alguno, por el contrario, ha muerto en horas de trabajo. Antes que hablar de estos últimos casos, el maestro prefiere recordar a todos aquellos jóvenes que, pese a vivir en el mismo rellano que los narcos, se mantuvieron en el buen camino. «Resulta raro que familias muy precarias y que están tan cerca de la tentación no caigan», ensalza Valverde, en la misma línea que López, quien destaca a toda esa «gente alegre» que da la espalda del negocio más lucrativo e ilegal de La Línea y que, pese a ver al vecino con mejor coche, una casa de lujo y comiendo fuera de casa todos los días, madruga para que la ciudad cambie.

«Esto no es una narcociudad; es una ciudad con muchos narcos», defiende el viejo profesor de La Atunara. Y quizá haya esperanza para La Línea porque, en el centro, todavía hay chavales que entran en los bares y restaurantes, currículum en mano, para pedir trabajo como camareros.

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