Hojas y árboles

En la madrugada del lunes, una tormenta con un fuerte vendaval agitaba las hojas de los árboles que hay frente[…]

En la madrugada del lunes, una tormenta con un fuerte vendaval agitaba las hojas de los árboles que hay frente a mi casa. A la luz de las farolas, las ramas se movían mecidas por el viento fluctuante. Estuve como una media hora fascinado por esa danza que parecía obedecer a unas leyes secretas que no están a nuestro alcance.

Esta es la época del año que más me gusta por el espectacular colorido de los parques madrileños, con una paleta que va desde el verde al ocre. Las aceras están llenas de hojas y debemos andar con cuidado para no caernos. En estas fechas, hay pocos placeres tan sensuales como pasear por El Retiro o El Jardín Botánico.

Madrid es todavía una ciudad de árboles, aunque muchos se mueren aplastados por las aceras y el cambio climático. Hay acacias, olmos, chopos, castaños, cerezos, cedros, plátanos, sauces, palmeras, pinos y otras muchas variedades que no soy capaz de identificar.

Publicidad

Los árboles existen en el planeta antes que los hombres y no hay duda de que se han adaptado al medio ambiente con un gran éxito porque he leído que algunas especies viven más de 3.000 años. Eso me parece extraordinario.

Recuerdo la fascinación que me produjo la gigantesca secuoya que hay a la entrada del monasterio de Silos, traída desde Canadá en 1890 dentro de una patata para preservar la humedad de sus raíces. Casi podía tocarla desde mi habitación en la hostería. Mide más de 30 metros de altura y, por las noches, se mueve lentamente a compas del viento, que hace susurrar sus hojas como si te estuviera hablando al oído.

Como sucede con las personas, cada árbol tiene su carácter. Pero además cada uno no sólo posee un tipo de morfología sino que también sus hojas crecen conforme a un orden misterioso en las ramas. Hay una ciencia que se llama filotaxis que estudia la disposición de las hojas en el tallo, que se alternan conforme a un orden preestablecido por su genoma.

En una ocasión leí que hay agrupaciones de hojas que responden a la serie de Fibonacci y que se puede obtener el número de oro al dividirlas mediante una fórmula matemática. Confieso que todo esto me resulta abstracto pero apasionante porque siempre he intuido que hay una lógica oculta en la naturaleza que no podemos captar.

Una hoja, como una simple gota de agua, contiene todos los enigmas del Universo. La fotosíntesis, que utiliza la luz del sol para producir la energía de la que se nutre la planta, revela la profunda complejidad de un ser tan aparentemente simple.

Pero no hacen falta conocimientos científicos para admirar los árboles. Basta con mirarlos, con pasear por un bosque y subirse a una colina para ver el paisaje. Son como una especie de hermanos mayores con los que compartimos la afinidad de estar vivos. Lo he sentido desde niño cuando grababa corazones en las cortezas de los chopos del Ebro con la esperanza de una eternidad que ahora comprendo que era un espejismo.

Más información

En portada

Publicidad
Noticias de