El dinero de otros

Todos soñamos con la mejora de la demanda norteamericana si se confirma la recuperación de su economía, y todos tememos que la deflación de Japón se convierta en un modelo para el resto de los países desarrollados.

Recuerdo que fue Bernanke el que respondió a una queja sobre la expansión monetaria en Estados Unidos con un "que la recuperación económica de Estados Unidos era positiva para todos". La protesta, si no recuerdo mal, era de las autoridades chinas. Dos años más tarde ha sido el Gobierno japonés el que ha respondido a las quejas de Francia sobre la depreciación del JPY por la expansión monetaria del BOJ, con la siguiente respuesta: "superar la deflación en Japón es positivo para todos". ¿Coincidencia? 

Nadie podrá reprochar en ambos casos su veracidad. Todos soñamos con la mejora de la demanda norteamericana si se confirma la recuperación de su economía, y todos tememos que la deflación de Japón se convierta en un modelo para el resto de los países desarrollados (y algunos emergentes). Pero, la eterna cuestión: ¿quién pagará el coste a corto plazo de la mejora económica en Estados Unidos y de la caída del JPY? La respuesta es obvia: el resto de los países. O, mejor, aquellos que menos oposición muestren tanto a la apreciación de sus divisas como a la potencial inestabilidad en los flujos de capital internacional.

Y dejando al margen la situación europea (sigo pensando que en el equilibrio entre mayores flujos de capital a la zona y la apreciación del euro, me quedo con el primero), los países emergentes son los candidatos a sufragar el mayor coste asumido por las políticas monetarias expansivas desde los países desarrollados. En términos de perdida de competitividad, potenciales desequilibrios de precios internos y, especialmente, limitando el margen de actuación en sus políticas económicas.

Realmente, los países desarrollados son menos sensibles a la importación de inflación por la depreciación de sus monedas, sin contar con que, en algunos casos, es un objetivo directo propiciar una mayor inflación de la política monetaria expansiva. Por el contrario, las economías emergentes si tienen una mayor sensibilidad de las divisas a la balanza exterior, tensiones de inflación derivada de la espiral alcista en los precios de las materias primas, mayor presión en sus precios de activos por la entrada y hasta problemas de tipo político interno. Todos estos factores los obligan a ser especialmente activos para evitar apreciación de sus monedas o combatir la entrada de capitales a través de medidas de control de capitales. O les obligan también a mantener políticas económicas contractivas o neutrales, pese a los riesgos de desaceleración. China sería un buen ejemplo de esto último.

¿Guerra de divisas? Quizás los términos no son acertados, lo que no significa que no haya una cierta verdad en esta denominación. El mayor riesgo, de cualquier forma, no es tanto que genere tensiones y volatilidad en los mercados como que, a la larga, suponga un retroceso en lo avanzado en términos de integración de mercados y apertura comercial. Esperemos que se pueda evitar.

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