El accionista, el gran olvidado, volverá a ser el rey

La última crisis se ha caracterizado por la sobreprotección al bonista

La última crisis se ha caracterizado por la sobreprotección al bonista. El rescate de los bancos ha sido el rescate de quienes habían comprado sus bonos (también de sus depositantes, ojo), que no de sus accionistas, los grandes olvidados, que en muchos casos lo han perdido casi todo. También el rescate de los Estados ha tenido el objetivo de salvar los ahorros de los acreedores (los tenedores de la deuda, otra vez), aunque en un caso extremo, el de quienes compraron bonos griegos, sí tuvieron que asumir quitas. Incluso se ha tratado de proteger por todos los medios a tenedores de deuda de menor calidad y situada en los últimos lugares en la prelación de cobro, como subordinadas y preferentes. 

Éstos, aunque han sido los casos más sobresalientes, no han sido los únicos. Las empresas no financieras también se han empeñado en cuidar al bonista, aun a pesar del severo castigo que han sufrido sus accionistas. Como explica Jordi Padilla, de Popular Gestión Privada, "en los últimos tiempos, en las carteras no había Bolsa, porque tocaba premiar al bonista". En medio de una crisis financiera, cuando la financiación bancaria se encarece, el objetivo de las empresas es mantener abiertos los mercados de emisiones y que no se deterioren sus calificaciones crediticias, para lo que han reducido dividendos y no les ha importado desinvertir.

Pero ahora que las empresas han conseguido reequilibrar sus balances y han reducido drásticamente sus costes de financiación y, por tanto, han hecho posible una revalorización de la deuda presente en las carteras de los inversores, es posible que los equipos directivos empiecen a pensar un poco más en los accionistas y aumenten los dividendos, realicen recompras de acciones o se preocupen por que el precio de los títulos suban en los parqués.

No estamos pensando en España. O no exclusivamente. Aunque en las últimas sesiones hemos visto cómo los inversores exigen prácticamente las mismas rentabilidades a la deuda de los bancos (por ejemplo, la de CaixaBank) que por invertir en la del Estado y que, cuando se trata de empresas no financieras, éstas tienen que pagar por sus bonos menos que el Tesoro Público (acuérdense de Telefónica o de Gas Natural). En definitiva, ser bonista ya no es tan rentable como hace unos meses.

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Por el momento, la deuda corporativa española y, en general, la periférica, sigue teniendo más riesgo que la de otros países y, por tanto, continúa pagando más. Por eso, las casas de análisis la siguen recomendando, especialmente cuando vuelvan a estallar momentos de tensión. Pero en los países centrales de Europa, las empresas no financieras ya consiguen financiarse al 1,5% a plazos medios. ¿Cómo comparar esa exigua rentabilidad con la que otorgan sus mismos dividendos?

No hay que negar tampoco que el hecho de que los gestores de las compañías pusieran el foco en el balance y en la protección del bonista ha tenido, a la postre, un efecto muy positivo en los accionistas. Como señalan desde Popular Gestión Privada, la buena salud de la que ahora gozan los balances corporativos está propiciando algo excepcional: muchas empresas europeas ofrecen ya una rentabilidad por dividendo superior a la de su deuda corporativa

¿Qué inversor en su sano juicio comprará deuda, teniendo en cuenta que las acciones de la misma compañía serán mucho más rentables? ¿Bonos de Telefónica a diez años con una rentabilidad inferior al 5% y bajando o sus acciones con una rentabilidad por dividendo del 7% incluso en este momento y con la promesa de incremento?

Con la renta fija corporativa el año pasado se ganó mucho dinero. Pero en este ejercicio no se va a poder obtener la misma rentabilidad con la misma estrategia que en 2012. Hay que asumir más riesgo. En renta fija, ello supondría reducir la calificación crediticia de la deuda por la que se apueste o aumentar los plazos de inversión, algo por lo que apuestan, por ejemplo, los analistas de Inversis. Pero, según Jordi Padilla, aumentar el riesgo precisamente en esa parte de la cartera que tiene que estar caracterizada por la seguridad no es la mejor opción. A su juicio, la decisión más acertada sería incrementar el peso de la Bolsa, es decir, asumir riesgo directa y conscientemente. Aunque Alberto Matellán, de Inverseguros, opina que este año no se dan las condiciones para que los precios de la deuda corporativa caiga con fuerza: en general, la renta fija privada da más rentabilidad que la deuda pública más segura (la alemana y la estadounidense), con la ventaja de que tiene menos riesgo que la Bolsa. Y dado que seguirá habiendo muchas turbulencias, es muy posible que los inversores no salgan del refugio de la deuda de las empresas más solventes.

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