«Aquella noche la gente salió impresionada: el cambio se podía hacer»

En noviembre de 1976 usted era procurador en Cortes nombrado por el Rey don Juan Carlos. ¿Cómo se gestó su[…]

En noviembre de 1976 usted era procurador en Cortes nombrado por el Rey don Juan Carlos. ¿Cómo se gestó su incorporación al equipo?

Me llamó el presidente de las Cortes cuando el Gobierno ya había enviado el proyecto de Ley y a las Cortes. Me dijo: «Quiero que seas ponente de la Ley para la Reforma Política», y mantuvimos una conversación sobre el futuro de España. Antes de decirle que sí, le pregunté qué otras personas formarían parte de la ponencia. Me respondió: «Si tú no aceptas, no lo he pensado; si tú aceptas, los que tú quieras». Era falso de toda falsedad, lo tenía todo pensado, naturalmente. Torcuato tenía una inteligencia prodigiosa.

Nada se dejó al azar, fue un equipo elegido al detalle.

Gente que no había hecho la guerra y de nivel. Naturalmente estuve conformísimo, no hubo el menor reparo por mi parte. Además de a los ponentes, debemos recordar también a Fernando Garrido Falla, que como letrado nos ayudó muchísimo; y a Diego López Garrido. Eran los dos letrados asignados a esa comisión y colaboraron muy bien. Tenga usted en cuenta que se presentaron cientos de enmiendas.

El reto político que asumieron ustedes era inmenso.

Yo estaba de acuerdo con el fondo de la cuestión, pero me parecía abrumador. Y eso que en aquel momento yo ya había hecho muchas cosas, entre otras ya había sido ministro. Pero aquello era una responsabilidad tremenda. Nunca tuve tan alta responsabilidad.

Su discurso pasa por ser probablemente el momento más emocionante del debate, cuando Fernández De la Vega calificó de «misérrima» a la oposición? y a usted le responde sobre la marcha con sus mismas palabras.

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Sí, Miguel (Primo de Rivera) defendió la ponencia y a mí me encomendaron la respuesta a las enmiendas a la totalidad, que suponía contestar a lo espontáneo. Fue importante. Yo tenía fama de buen dialéctico. Lo había aprendido de Fernández-Miranda, de quien fui alumno en Oviedo. Blas Piñar estuvo brillantísimo y Fernández de La Vega, irritadísimo. Cuando dijo aquello de «misérrima oposición»?

El mensaje político enviado a los españoles era una llamada a la reconciliación.

Aquella noche la gente salió impresionada en el sentido de que el cambio se podía hacer. Lo importante era decir que el régimen no era permanente e inalterable. Cada uno votó lo que quiso, si quería o no, pero no si se podía o no se podía. Quedó digno.

¿Fue el paso más difícil de la Transición?

Sin la menor duda, pero hubo otros muchos. La legalización del PCE fue muy difícil, sobre todo visto desde la víspera. Y luego la Constitución, que también fue muy importante pero ya no tanto, porque había un gran acuerdo (aunque incluyó algunas contradicciones). Pero el paso decisivo fue que las Cortes de Franco decidieran convocar elecciones libres con sufragio universal.

Durante aquel pleno de tres días, ¿la Reforma Política corrió peligro en algún momento?

Corrió peligro, sí. Con el sistema electoral, y en algún otro momento. Adolfo Suárez estaba muy inflexible en el texto que el Gobierno había enviado al Congreso. Y hubo un momento en que se planteaba un problema con los senadores canarios, que eran muy difícil de repartir entre las islas. Suárez se negaba terminantemente a cambiarlo. Pero los canarios eran un grupo importante y si se enfadaban había riesgo de que se unieran al búnker. Yo fui a Castellana, 3 a tratar de convencer a Adolfó, y lo logré.

Sin embargo, cuarenta años después surgen voces nacidas en democracia que critican aquel proceso.

No conocen la Historia de España, o aparentan no conocerla. La Historia de España demuestra que es lo mejor que se pudo hacer. La democracia la quería todo el mundo. Lo que pasa es que unos la queríamos como desenlace del régimen y otros como alternativa rupturista, que habría sido un desastre.

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