Las malas ideas...
El 26 de junio de 2016, los británicos aprobaron por sorpresa y por estrecho margen abandonar la UE de un[…]
El 26 de junio de 2016, los británicos aprobaron por sorpresa y por estrecho margen abandonar la UE de un portazo tras más de 40 años en ella. Una patada nacionalista, con la que ingleses y galeses se desahogaron de su malestar por la larga crisis de 2008 y de su desconcierto ante la novedad de la globalización. La ilusión de parapetarse tras los muros del terruño, como en Cataluña, culpando de todo a un enemigo exterior y a los inmigrantes.
El Brexit supuso una pésima noticia para la UE, que perdía a un gran contribuyente, un potente país de 66 millones de habitantes, que era además el más liberal y pro negocios de una organización menos democrática de lo debido y atrofiada por su estatismo a la francesa. Pero si la UE recibió una tarascada, el Reino Unido directamente se pegó un tiro en el pie. Si el Leave no fuese ante todo un voto sentimental, los británicos sabrían si han acertado o no respondiendo una simple pregunta: dos años después, ¿qué hemos ganado y perdido con el Brexit? Empecemos con las ganancias. Recalcan que ahora mandarán en sus fronteras, poniendo fin a la llegada masiva de inmigrantes. Pero esa afluencia continuará, pues reciben más del resto del mundo que de la UE. Controlarán sus bancos de pesca, asunto de interés relativo, porque su industria pesquera pesa poco. Se liberarán de la legislación europea, aunque lo cierto es que la mayoría continuará en vigor traspuesta como leyes nacionales. ¿Qué han ganado? La ilusión de ser dueños de su destino. ¿Y qué han perdido? El crecimiento se ha ralentizado. La libra se ha devaluado y las importaciones son más caras. Las inversiones y la llegada de capital flaquean. Muchas empresas emigran al Continente y la City de Londres queda en el alero. Resumen: pésimo negocio.
El Reino Unido está obsesionado con el Brexit y partido en dos, rehén de lo que en el fondo no es más que una pelea interna del Partido Conservador. El acuerdo de ayer, saludado con tanta alharaca, es un globo de gas que puede pinchar en la segunda semana de diciembre, cuando se votará en el Parlamento de Westminster. May gobierna con una mayoría operativa de 13 diputados, merced a su pacto con el DUP unionista norirlandés. Pero es casi imposible que el acuerdo que alcanzó ayer sea visado por el Parlamento, porque DUP, laboristas, liberales y al menos 58 tories que son brexiteros irredentos votarán en contra. ¿Qué pasará entonces? Las fechas apremian. El Reino Unido debe dejar la UE a las once de la mañana del 29 de marzo. Si pierde la votación, lo normal es que caiga su Gobierno y haya elecciones. ¿Otro referéndum? Improbable. Solo si los ingleses, que como apuntó Napoleón son «una nación de tenderos», empiezan a sentir dolor severo en sus bolsillos por las consecuencias de una salida sin acuerdo, un salto a la brava y al vacío. El Brexit sigue en su laberinto.
(P. D.: Sorprendente, o incongruente, ver a Sánchez sacando tanto pecho patriótico en Gibraltar cuando está mercadeando con España en el mostrador de los separatistas catalanes que lo mantienen en el poder).
