Antropología del nacionalismo
En esencia, el nacionalismo consiste en apropiarse de un territorio en nombre de un sentimiento tribal de pertenencia. El odio[…]
En esencia, el nacionalismo consiste en apropiarse de un territorio en nombre de un sentimiento tribal de pertenencia. El odio al diferente cohesiona al clan y delimita la periferia en torno a una frontera moral que lleva a considerar a los no nacionalistas extranjeros en su propia tierra. La palabra clave, la que define el perímetro de seguridad patrimonial, es «fuera», que expresa por un lado la idea de otredad, de identidad ajena, y por otro el concepto de la expulsión, del destierro de quien no comparta al pie de la letra el cerrado código de la aldea. El forastero o hasta cualquier nativo que disienta de las reglas de superioridad étnica debe ser primero señalado con hostilidad manifiesta, luego aislado y por último expulsado de forma más o menos violenta.
Los vecinos de Alsasua exhibieron ayer, en la convocatoria constitucionalista de una plataforma próxima al partido Ciudadanos, todas las expresiones posibles de rechazo. La respuesta «inteligente» -cabe suponer que el repudio silencioso- solicitada por la presidenta navarra Uxue Barcos fue traducida como una agresiva invitación a abandonar el pueblo de inmediato. Pancartas, insultos, ruido, pedradas y estiércol arrojado en el lugar del acto, además de los habituales gritos a favor de ETA y de sus asesinos encarcelados. La clásica performance brutalista del manual totalitario, trufada de sentido de la propiedad del enclave y de la consiguiente declaración de los visitantes como invasores no gratos. Ese arriscado sustrato mental de reserva comanche en que el más atávico nacionalismo rural vasconavarro ha buscado refugio social tras la derrota de su brazo armado. Nada diferente, por cierto, al carlismo comarcal de la Cataluña profunda que se ha hecho fuerte en las trincheras de su desquiciado relato.
En uno y otro sitio, este excluyente patriotismo sobrevive, como en la novela de Aramburu, enrocado en la conciencia autoinducida de resistencia al enemigo. La posesión del predio es el elemento que cataliza su unidad y fortifica su comportamiento colectivo. La paliza a los guardias de Alsasua los cosificó como símbolos de una ocupación no permitida, como verdaderos proscritos, y los asistentes al homenaje de ayer eran intrusos en el paraíso. Se trata de un asunto primario, más antropológico que político: la demarcación territorial nacionalista exige un círculo protector de tirantez y antagonismo para que los miembros de la tribu puedan sentirse reconocidos por su más elemental vínculo.
Por eso a los Rivera, Abascal y compañía los querían fuera. Por eso boicotearon sus discursos con sirenas, y por eso quisieron callar a una víctima del terrorismo haciendo sonar -¿cabe mejor metáfora del aldeanismo?- las campanas de la iglesia. Por eso les tiraron piedras y les decían que se volvieran «a su puta casa» y que los dejaran en paz: para seguir en su ancestral estado de guerra.