Los mocos de la bandera

La palomita de la paz que ha pintado un bambarria sobre la lápida de Franco mientras un caricato de la[…]

La palomita de la paz que ha pintado un bambarria sobre la lápida de Franco mientras un caricato de la factoría antisistema de Roures se sonaba los mocos con la bandera de España puede convertirse perfectamente en el símbolo de nuestro futuro. Porque lo chungo no es que el pintamonas del Valle de los Caídos haya hecho una «performance» sobre la tumba del caudillo ni que el cómico de la tele comunista capitalista haya vejado la enseña nacional. Lo más patético en este asunto es que ni el pintor sabe pintar ni el chistoso tiene gracia, lo que demuestra que aquí es demasiado fácil atrincherarse en el arte o en el humor para tratar de imponer una idea. Y cuando se da más importancia a las ideas aprendidas que al pensamiento propio, cuando el estereotipo ideológico impera sobre el talento, hay que echarse a temblar. En la España políticamente correcta que nos quieren meter por las fosas nasales los dictadores de la moral superior nada es lo que es hasta que ellos le dan el visto bueno.

Un país que reivindica como humor la guarrada de Dani Mateo limpiándose las narices con la bandera y, sin embargo, monta un escándalo por una broma sobre el escote de Carmen Calvo en su visita al Vaticano, es un país manoseado. Y sometido. Cuando el humor depende del lado ideológico en el que cae el chascarrillo, es que hay un sector político que está prevaleciendo socialmente sobre los demás y que ha conseguido, a su conveniencia exclusiva, ser el titiritero de la opinión pública. En esas situaciones de control subliminal de las masas, el humor deja de ser libre y se usa como herramienta de dominación. Y la corrupción del lenguaje es siempre un arma infalible. La neolengua moralista de esta progresía de diseño es como una máquina de petacos. Los supremacistas éticos han tumbado el panel en dirección a sus intereses y, digas lo que digas, tu bola va siempre a su agujero: eres un facha, un machista, blablablá...

Si piensas que es una vergüenza que la vicepresidenta del Gobierno se invente un acuerdo con la Santa Sede para evitar tramposamente que los restos de Franco terminen en la Almudena, te ataca el feminismo y convierte la historieta del escote en un escándalo mayor. Y si crees que la reunión de Cospedal con Villarejo es infame, no ya sólo por lo que hablasen, sino porque la secretaria de un partido no puede verse a escondidas con un jefe de la Policía para obtener información, y menos aún en la sede de la organización política, ahí ya eres menos machista. Por lo tanto, esta España está generando un conflicto de identidad en la gente normal. Si yo defiendo ambas cosas a la vez, ¿qué soy? Supongo que este lío identitario explica que un español se haya sonado la napia por televisión con su propia bandera y a eso le quieran llamar humor, lo que me recuerda al subtítulo de la revista «Hombre Lobo», que decía: «Semanario de humor dentro de lo que cabe». En aquella época, la censura decidía lo que cabía. Ahora lo decide la ineptitud. Por eso este es un país pueril, mocoso, que lo único que pinta en el futuro es una palomita de la paz.

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