Ya está aquí

Mientras en la despistadísima Europa nos rasgamos las vestiduras ante las salidas de tono de Trump, al que sus conciudadanos[…]

Mientras en la despistadísima Europa nos rasgamos las vestiduras ante las salidas de tono de Trump, al que sus conciudadanos podrán echar en un par de años si no les gusta, por ahí fuera ocurren más cosas. «Black Mirror» es una conocida y angustiosa serie británica, que fabula sobre la irrupción de la tecnología extrema en nuestras vidas. En 2016 estrenaron un capítulo muy aclamado, «Nosedive», distopía en la que cada ciudadano recibía una nota de valoración fijada por sus vecinos. Dos años después, aquella ficción y las pesadillas de Orwell comienzan a ser reales, con el agravante de que la evaluación no la harán los ciudadanos, sino el Estado, para más señas el que a mediados de este siglo se convertirá en la primera potencia: China.

El Gobierno chino ha anunciado que aspira a que en 2020 esté implantado un «Sistema de crédito social», una suerte de carné por puntos que catalogará a cada chino como buen o mal ciudadano. De manera similar a como ya radiografían nuestras vidas los falazmente bondadosos monopolistas de Google, Facebook y Amazon, las autoridades chinas escrutarán todo el «big data» de su población: compras, historial penal, deudas, multas, visitas a las redes, consumo de porno y videojuegos, conversaciones online con amigos y familiares... Un algoritmo no desvelado emitirá una nota y se premiará al ciudadano fiable y se castigará al desobediente o díscolo. La experiencia ha comenzado con pruebas locales y experimentos a cargo de empresas de venta online, como Alibaba. Los malos chinos serán relegados en los servicios sanitarios, sus hijos optarán a peores colegios y el Estado los descartará como empleados. Ya está ocurriendo. A nueve millones de personas se les ha prohibido viajar en avión por su mal perfil y otros tres millones han sido relegadas en los trenes. Como contrapartida, los buenos ciudadanos comienzan a recibir descuentos y mejor trato en hoteles y otros servicios.

La meta oficial es una China que funcione mejor, donde reine la confianza y se detecte y reduzca con facilidad a criminales y disidentes. El líder supremo Xi Jinping, que aspira a dictador vitalicio, lo ha explicado en tono poético: «Las personas fiables podrán caminar bajo cualquier lugar del cielo, pero para los desacreditados resultará duro dar un solo paso». En China está arraigada la idea de que un país tan populoso y vasto solo puede funcionar con una autoridad muy fuerte, por lo que existen precedentes históricos de gran control social. El más notable y aberrante fue la Revolución Cultural de Mao, que convirtió a millones de personas en espías activos de sus vecinos (el número de víctimas de aquel experimento es tal que ni siquiera hoy existe una cifra). La tecnología multiplicará ahora la capacidad de chequeo. Además del «Sistema de crédito social», China aspira a que en 2020 esté operativo el reconocimiento facial universal (hoy en el país ya hay 200 millones de cámaras). No habrá donde esconderse. En teoría, una bendición contra el crimen y el terrorismo. También el adiós a la privacidad.

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Huelga decir que ningún político español habla de estos temas, los que están cambiando el mundo.

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