Alancear muertos

Si no fuera porque hay muertos de verdad y que España está en juego, sería un sainete dirigido por el[…]

Si no fuera porque hay muertos de verdad y que España está en juego, sería un sainete dirigido por el presidente del gobierno, con guión de su gurú y la vicepresidenta como primera dama, nuestra mejor actriz cómica, sin saberlo. Porque observen su periplo con el muerto a cuestas desde Cuelgamuros hasta Madrid, pasando por Roma, en busca de ayuda para descargarlo, sin encontrarla, más digno de lástima que de otra cosa, Quizá Jardiel hubiera hecho el milagro de convertirlo en pieza deliciosa, como hizo en «Un marido de ida y vuelta». Pero en las manazas de los citados sólo podía acabar en noche de Halloween, que es en lo que ha acabado.

El mandato de Pedro Sánchez se está convirtiendo en una farsa. Comenzó diciendo que convocaría elecciones de inmediato, pero como su propósito era gobernar el mayor tiempo posible, lo que anunció fue sacar a Franco del Valle de los Caídos, sin tomarse la elemental precaución de buscarle un lugar para su definitivo reposo. Al enterarse de que la familia era propietaria desde los años noventa de un panteón en la catedral de La Almudena y deseaba enterrarlo allí, se dio cuenta de la enorme metedura de pata que había cometido y no se le ocurrió otra cosa que enviar a doña Carmen Calvo, especialista en convertir los líos en follones -recuerden lo de «el dinero público no es de nadie»-, al Vaticano para que ordenase a la Iglesia española que convenciera a la familia Franco de que no podía hacerlo. Allí se le escuchó amablemente, pero sin comprometerse a nada. Volvió, sin embargo, a España diciendo que el Vaticano estaba de acuerdo en que Franco no podía estar en La Almudena, lo que le valió un breve pero tajante desmentido. «Sin sentirse desautorizada», la señora es así, echa ahora mano de la ley de Memoria Histórica para impedir el traslado. Pero tampoco está claro que esa ley lo prohiba, al hablar sólo de «insignias, placas y otros objetos que exalten la sublevación militar», no de fallecidos.

Como resultado, Franco sigue en el Valle, a merced de los grafiteros; la familia dice que allí o en La Almudena; el Gobierno dice que la Iglesia debe convencerles de que no puede ser, y la Iglesia, que es el Gobierno quien debe entenderse con la familia. Un lío mayor que el que intentaba evitarse. Como el del presupuesto. O el de Cataluña. O todo cuanto toca Sánchez.

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Pero tampoco puede tomarse a broma porque al fondo hay algo mucho más grave: desenterrando a Franco, Sánchez desentierra la Guerra Civil. No sólo la desentierra, sino que vuelve a librarla, esta vez para ganarla, aunque sea sólo simbólicamente, que es la mayor aspiración de la izquierda española, tras haberla ganado literariamente, como dejó escrito León Felipe, y es verdad. Para ello necesitan expulsar a Franco de su monumento. Si fuera posible, le meterían en un cohete y le enviarían al espacio. Algunos lo quemarían en plaza pública. Pero resulta que ni siquiera saben dónde meter su cadáver. Y estos quieren gobernar España. Con que no la deshagan, me contentaría.

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